lunes, 31 de mayo de 2010

I.- Vladimir Nabókov, la novela “La dádiva” y la figura de Chernishevski




I. El conocimiento pleno de la obra de Vladimir Nabókov (1899-1977), escritor ruso naturalizado norteamericano, se ha visto obstaculizado por la posición central que ha asumido, entre el gran público de lectores y a juicio de cierta crítica norteamericana su obra más conocida, la novela “Lolita”, publicada en inglés en 1955.

Esta manera de enfocar y valorar la obra de Nabókov, al poner como su eje la novela apenas mencionada, ha tenido como resultante que se opacara el conocimiento y la valoración de su llamada “etapa rusa”, es decir, de los escritos que este maestro de la literatura del siglo XX, redactó en la lengua de su país natal, y que caracterizó su escritura hasta el 1938, que es el momento cuando comienza a escribir directamente en lengua inglesa.

Nabókov, cuyo nombre completo es Vladimir Vladimirovich Nabókov, era el hijo mayor de una familia muy rica de abolengo aristocrático originaria de San Petersburgo. En esta ciudad nació y se formó. En el seno de la familia se hablaba el ruso, pero, también el inglés y el francés. Por esta razón Nabókov fue trilingüe desde muy pequeño, e incluso, por la presencia en ese período de institutrices inglesas, aprendió y practicó primero el inglés que el ruso.

Nabókov es reconocido, además de escritor y de profesor de literatura, igualmente por sus significativas contribuciones al estudio de los lepidópteros y por la formulación de significativos problemas en el juego de ajedrez.

La última novela del período ruso se titula “La dádiva” -en ruso “Dar”-. La escribe entre 1935 a 1937, mientras vive en el exilio, en Berlín. Viene considerada en la actualidad como una de las más importantes obras de la narrativa rusa del siglo XX.

El propio escritor consideraba “La dádiva”, como la mejor y más equilibrada de sus obras escritas en lengua rusa. Insistía en estimarla como la más hermosa novela de ese período; además de considerarla la más clásica y la más nostálgica sobre la Rusia perdida con la revolución bolchevique.

También la juzgaba como la más pura de sus obras, ya que era el texto que con mayor gracia y plenitud, trataba a su juicio, sus temas predilectos: el origen y el modo de cumplirse de la creación artística; el aspecto que tiene que ver con la ingeniosa forma en que participa la naturaleza en la creación artística, el de la fascinación por el engaño, el del pánico y la repugnancia que crea el error y, sobre todo, el del extraño comercio que se produce en la realidad entre el arte y la vida.

Empero, esta novela es, también, la más lograda en cuanto a la armonización de forma y contenido, ya que, como confiesa el propio Nabókov, en el prefacio a la edición en inglés de 1962, la auténtica protagonista de la obra es la literatura rusa.

La lectura de “La dádiva” pide un lector conocedor pleno del vertiginoso juego de deslumbramientos, sombras y reflejos que se originan desde las historias y mundos fantásticos que se abren en toda la literatura rusa.

Esta novela es, en cierto sentido, una obra esotérica. Al ser escrita desde una vivencia cargada de nostálgia que exige un lector versado en el complejo sistema de alusiones, insinuaciones, huellas, símbolos y mitos presentes en la literatura rusa.

Exige, también, un lector amoroso que sea capaz de identificar y descifrar los múltiples signos, figuras, ciudades fantásticas a que se hace referencia; que sea capaz de descodificar las citas camufladas o implícitas, los guiños y las sugerencias no plenamente formuladas y descodificadas, que se relacionan directa o indirectamente con las letras y con la cultura rusa en sentido general. Exige un lector avispado, inteligente, que pueda descubrir, en los personajes y en la forma en que vienen presentados y representados en la descripción de sus situaciones, las transformaciones que produce el autor desde la complejidad en sus parámetros imaginarios.

La novela, que se despliega en cinco largos capítulos, tuvo problemas para publicarse completa en la revista en que fue apareciendo parcialmente, “Anales contemporáneos” –“Sovremenye Zapiski”-, que era el órgano más importante de los rusos emigrados de la Unión Soviética y que se publicaba en París.

El título de esta revista derivaba de la unión del encabezamiento de las dos más famosas revistas literarias liberales de Rusia durante del siglo XIX: “Sovremennik”, “El contemporáneo” y “Otéchestvennye Zapishi”, “Anales de la patria”. Tales fueron los medios de prensa más comprometidos con las reformas y la transformación, en sentido populista, es decir, desde la postulación de un modo de pensar socialista anclado en la idiosincrasia de la sociedad rusa.

La publicación en el exilio respondía al ideario del Partido Socialista Revolucionario, que era el heredero de la tradición populista rusa de la fueron fundadores e ideólogos, tanto Aleksandr Herzen como Nikolái Chernishevski.

Como explica el propio autor en la nota que encabeza la primera edición inglesa de la obra, los editores rechazaron publicar el capítulo IV, que contiene precisamente, la obra que busca publicar el protagonista de la novela, Fiodor Godunov-Cherdinchev, que había decidido escribir una nueva “vida de Chernishevski”.

“Gracioso ejemplo de la vida que se encuentra obligada a imitar precisamente el arte que condena”, señala con sarcasmo Nabókov, al referir como, en la realidad, aconteció lo mismo que en la obra, con el escrito de su protagonista. En efecto, en el capítulo III de la obra, el editor del personaje protagonista rechaza publicar la biografía por considerarla una burla a la memoria del gran luchador revolucionario.

El capítulo IV de “La dádiva” fue leído por los editores con escándalo, pues en los sesenta y pico de años que mediaban de la muerte de Chernishevski, este se había transformado en un personaje casi sagrado en la hagiografía revolucionaria antizarista. Se le consideraba como la figura que resumía en una existencia ejemplar las mejores virtudes del pueblo ruso que luchaba por liberarse del yugo oprobioso de la autarquía zarista.

Sin embargo, habría que recalcar que la recreación realizada por Nabókov, si bien es sumamente irónica y desmitificadora, se sostiene estrictamente, con la mayor fidelidad, en los datos rigurosamente históricos y en la documentación existente sobre el pensador. El escritor elabora la obra al articular las propias notas de Chernishevski desde sus diversos diarios anotados por él y en detalles de su correspondencia.

Precisamente, para los miembros del partido de los socialistas revolucionarios, Chernishevski era una especie de dios impoluto. Y en ellos prevaleció la perspectiva de que ser fiel a la memoria de apóstol de la libertad y la justicia en Rusia, era corresponder y mantener incólume la imagen histórica que se había venido consolidando en el curso de los últimos años del siglo XIX e inicios del XX.

Desde su fundación, alrededor de 1918, hacía entonces más de 20 años, la revista “Anales contemporáneos”, venía considerada como el máximo ejemplo, en el exilio, de un órgano de difusión de ideas, defensor cabal de la libertad de prensa y caracterizado por una tolerancia paradigmática y de plena imparcialidad. Por ello, el rechazo del medio de publicar el capítulo IV, produjo un shock en el autor, pues se no esperaba jamás, que se produciría esta reacción.

© Luis O. Brea Franco - Crónicas del ser

domingo, 16 de mayo de 2010

La imagen de la utopía en Chernishevski o el mito del Palacio de Cristal




La imagen de la utopía en Chernishevski o el mito del Palacio de Cristal


Antes de cerrar la novela, Chernishevski no renuncia a presentar cómo será la sociedad del futuro cuando todos hayan realizado el aprendizaje de los principios para transformarse en mujeres y hombres nuevos.

Como respuesta a las preguntas ¿de cómo será la sociedad civil? y ¿de cómo vivirán los hombres? Chernishevski traza una representación del mundo del futuro; elabora una prefiguración de su utopía.

Esta encarna en una especie de “Palacio de Cristal”, tal como la llegará a designar Dostoievski en las obras que concibe y publica por aquellos años, y que escribe en directa polémica y contraposición con la visión ética utilitaria de Chernishevski.

El título lo extrae Dostoievski del apelativo que recibe el edificio que albergó, en Londres, la celebración de la primera Exposición Universal de la Industria, que se celebró en 1851, concebida y organizada por el príncipe Alberto, consorte de la reina Victoria.

El creador del diseño, de la edificación y de sus jardines sería el arquitecto paisajista inglés, diseñador de invernaderos, Joseph Paxton. Este fue convocado para que erigiera un símbolo de la nueva era que comenzaba a autonombrarse como “moderna”, calificativo que servía para marcar la diferencia con cualquier otra época histórica anterior.

En ese momento se ingresaba en un tiempo signado por la idea de progreso, innovaciones radicales y rápidas transformaciones que, según consideraban sus entusiastas defensores, traería al mundo las herramientas necesarias, las tecnologías adecuadas y los modos de construir nuevos que modificarían de modo revolucionario los usos y formas de organizar la vida humana hasta entonces conocidos.

Estos procesos provocarían -según se predicaba- una gran transformación cultural que se implantaría con el desarrollo y la extensión del capitalismo a todos los rincones del planeta.

Su potencial se basaba en una nueva visión de la realidad en la que se preveía que el ser humano alcanzaría el dominio total de las fuerzas naturales y humanas, para concentrarlas con eficiencia y precisión a la producción del bienestar general, y a edificar una renovación del mundo guiada por principios puramente racionales. Esta perspectiva se predicaba como el credo de la nueva época entre la clase pensante de los países más desarrollados.

El “Crystal Palace” quiere representar, en una sola realidad, la modernidad que se abre decidida con una firme voluntad de transparencia.

El edificio está concebido como una gigantesca bóveda de hierro y vidrio, que abarcaba 563 metros de longitud y cubría alrededor de 70.000 metros cuadrados de superficie. La construcción se presentaba a quienes la visitaban como una especie de gran catedral secular en que se muestran, prodigiosos, los milagros de la nueva religión del progreso.

En su interior penetraba íntegra la luz del día y la construcción se sumaba al paisaje del entorno integrándolo. De hecho, la obra hace desaparecer la división de interior y exterior, y en las noches llegaba a deslumbrar como una gran linterna mágica.

La construcción plasma y muestra a la perfección, las dos ideas que presidían la exposición: universalidad y unificación.

Por el éxito y el prestigio que otorgaba a la nación organizadora, otra exposición semejante fue inaugurada en París, en 1855; y en 1862, de nuevo en Londres se vuelve a abrir otra muestra en el mismo Palacio de Cristal, que en el ínterin había sido mudado de sitio.

Fue a esta última exposición a la que asistió Dostoievski en su primer viaje a Europa, efectuado en 1862, en los meses de junio y julio.

Resultado de sus vivencias y observaciones sobre Europa y los europeos, las recoge el escritor en una obra bastante polémica: “Notas de invierno sobre impresiones del verano”, dirigida contra los escritores rusos que defendían y aspiraban a implantar en Rusia los principios liberales y radicales, inspirándose en el modelo de vida de Occidente, para reconstruir la atrasada sociedad rusa de mediados del siglo XIX.

“La Exposición impresiona –apunta el novelista en su descripción de su visita a la exposición-; se siente una gran energía…, se siente que ha triunfado una idea gigantesca, pero enseguida se siente un gran temor, se siente que ha triunfado algo terrible”. Y súbito uno se pregunta: “¿No será éste el ideal logrado? ¿No será éste el gran rebaño único?”.

Dostoievski cobra conciencia inmediatamente, que a partir de este acontecimiento el mundo, todo el planeta, queda constituido como una sola realidad que reposa en la idea de un progreso continuo e indetenible.

Ante tal espectáculo de poderío, de dominio “solemne, triunfal, orgulloso”, no quedaría a la gente otra actitud, que “encogerse tranquila, terca y silenciosamente a adorar”.

Dostoievski percibe que la gente común no tiene fuerzas para contraponerse a esta nueva realidad que se le impone con el capitalismo y la revolución industrial. Para esto tendrían que disponer de poderosas energías interiores: una gran voluntad, constancia, seguridad y serenidad para poder desviarse de los comunes caminos que transitan los humanos. Entonces, para sobreponerse ante tan avasallador impulso lo único que parecería posible hacer sería postrarse en adoración, correspondiendo con la poderosa sensación de encontrarnos ante algo irresistible que se ha consumado definitivamente, “algo -con un poder simbólico- por el estilo de Babilonia”.

Dostoievski, enseguida vuelve en sí, y con un destello de ironía piensa que quizás lo que lo ha “seducido ha sido la decoración”; pero no, insiste: “si pudiesen sentir que orgulloso es este espíritu potente en su victoria, se pondrían a temblar a la vista de su orgullo, terquedad y ceguera”.

Mostrar en Rusia lo descabellado de este proyecto, que encarna en semejante edificación como el símbolo de los nuevos tiempos y condensa en esta metáfora eficaz los ideales del siglo XIX. Esta ayuda a resaltar lo desmedido de la perspectiva de mundo que triunfa en su tiempo como un grave aviso para la humanidad del presente y del futuro; y anuncia la gran carga deshumanizadora y el peligro que representa para la humanidad esta forma de interpretar el mundo. Dostoievski en lo adelante, en su obra, se concentrará en denunciar las amenazas y las estrecheces de semejante visión del mundo.

Mientras tanto, en las cárceles de San Petersburgo, en ese mismo tiempo, Chernishevski escribe su novela, cuyo capítulo final lo dedica a describir como será la vida de los seres humanos después de que se asienten, los principios descritos en su obra, en las costumbres y en la existencia humana gracias al proceso de liberación económica que habría de transformar a la sociedad.

Sea dicho aquí entre paréntesis, Chernishevski en el año 1861 había viajado a Londres, a ver a Aleksandr Herzen, quien es, en ese momento, el líder en el exilio de la oposición al gobierno zarista.

En ese encuentro, que fue un fracaso, Chernishevski no logra convencer de sus ideas para liberar a Rusia del yugo del zarismo al patriarca editor de la revista Kolokol -La campana-. Ambos buscan contribuir a superar los terribles males que afectaban a los campesinos rusos, que vivían en una miseria económica y humana lamentable. Sin embargo, cada uno adopta un camino diferente para alcanzar el mismo objetivo.

Quizás, aventuro yo, durante el transcurso de su breve estadía en Londres, Chernishevski pudo haber visitado la zona donde era reconstruido el Palacio de Cristal de Paxton, que de seguro estaba siendo reacondicionado para acoger la nueva exposición mundial que se celebraría el año siguiente. O, tal vez, pudo ver el Album de Oro de la pasada exposición de Londres de 1851.

La imagen del mundo ideal del futuro tal como lo describe el pensador, da que pensar respecto a si no habrá tomado la paradigmática construcción londinense como el modelo de su utopía. Si nos atenemos al paradigma que describe parecería que, en efecto, describe “The Crystal Palace”.

Aconteciera esto o no, a continuación transcribo algunos párrafos decisivos sobre como será el despliegue de la vida en la nueva sociedad:

“Un inmenso edificio se eleva en una llanura rodeado de un verdor embriagante. Tiene el esqueleto de hierro, las paredes de cristal, y está circundado en cada piso de amplias galerías, que tienen techo y pisos de aluminio. En cada rincón habrá plantas exóticas y flores por doquier. La edificación es un grandioso jardín de invierno”.(...)
“Se ven grupos de personas que disfrutan en los prados: hombres y mujeres, viejos y niños, todos juntos. Pero es más numerosa la juventud. Hay pocos viejos, mientras que más de la mitad de los niños están en el edificio y se dedican a sus tareas domésticas”. (…)
“Terminado el trabajo todos regresan a la edificación. Se reúnen en un gran salón tan grande como una plaza, allí están preparadas, con pulcritud y orden varias mesas, los comensales sobrepasan el millar, pero no se encuentran todos los habitantes presentes. Quien lo desea puede comer en su habitación. Es espléndido el servicio, todo de cristal y aluminio, y por todos lados vasos con flores hermosas. Nadie sirve. Todos pueden escoger lo que deseen y la comida es sabrosa y abundante. Quien quiere otro tipo de comida u otra cosa paga por su gusto aparte”. (…)
“Después del trabajo de la mañana hay reposo y distracciones. En todas las salas, decoradas de manera espléndida, iluminadas por luz eléctrica, hay mucha gente. Las mujeres visten un traje semejante al de las mujeres griegas en la época clásica, es una túnica ligera y suelta que permite la libertad de cualquier movimiento; los hombres visten de toga. Todas los rostros reflejan gracia, salud y energía. Reflejan el sentido de la vida. Se ríe, se juega, se canta, se baila… “¡Cómo arden las mejillas! ¡Cómo brillan las miradas! ¡Cómo es plena y libre la vida!”.

A esta imagen idílica del futuro mundo liberado de la opresión y la injusticia responderá con sarcasmo cruel e ironía corrosiva Dostoievski. Lo que llevará a algunos escritores del tiempo a difamar el supuesto comportamiento infame de Dostoievski frente a Chernishevski.

Su crítica a las ideas de Chernishevski ocuparan al gran novelista en varios escritos ocasionales y por lo menos, dos de sus más apreciadas novelas las escribirá al tratar de refutar y ridiculizar la visión amena que dibuja el filósofo, del futuro mundo sustentado en el reino de lo racional y de la ética utilitaria, basada en el egoísmo racional.

Pero antes de pasar a desplegar esta temática, vamos a intentar hacernos otra imagen de la persona y de la obra de Chernishevski, tal como se desprende de un análisis de una de las novelas más importante de un escritor ruso del siglo XX.

© Luis O. Brea Franco - Crónicas del ser


The Crystal Palace, London, 1851

domingo, 9 de mayo de 2010

El lugar de la mujer en la visión de Chernishevski




El lugar de la mujer en la visión de Chernishevski


El tema de los celos nos conduce a un núcleo doctrinario muy importante en la novela ¿Qué hacer? Se trata del lugar qué debe de ocupar la mujer en la nueva sociedad emancipada y cuál habría de ser su función en ésta.

Comienzo al subrayar que desde el inicio de la novela el tema señalado se presenta como un gran eje transversal que atraviesa toda la obra y está presente siempre actuando en primer o en segundo plano.

Sin embargo, es en el apartado sexto del capítulo titulado “Segundas nupcias”, donde aparece abiertamente el deseo de Vera de realizar el sueño de su vida, esto es, superar en la práctica: “esta disparidad vergonzosa e intolerable”, la disparidad entre la vida del hombre y la mujer en la sociedad de su tiempo.

Vera, en conversación con su nuevo marido, el doctor Kirsánov, comienza por señalar cómo ambos están al tanto de que el organismo de la mujer es superior al del varón, y señala que por esta razón el varón se verá arrinconado, relegado a un segundo lugar, también en el mundo intelectual, cuando se logre abatir el despotismo que se ejerce sobre la mujer.

No obstante, su marido le responde que ese es todavía un tema científico abierto y que aún no se han recogido suficientes evidencias como para dejar zanjado definitivamente semejante planteamiento.

Sin embargo, sostiene Vera, que si se demuestra que el organismo de la mujer es más resistente a los golpes materiales, entonces, también los golpes morales serán mejor soportados por la mujer. Empero, anota, aunque así fuere, por todas partes se nota lo contrario, es decir, el dominio de la mujer por el varón.

El doctor Kirsánov está de acuerdo con lo que Vera argumenta, e indica como causa de esta situación de minusvalía con que se califica a la mujer en todos los ámbitos de la sociedad rusa, se debe a que en este asunto “gobiernan los prejuicios, los malos hábitos, los falsos temores y la sugestión”, precisamente, también en las propias mujeres, que parecen convencidas de tanto escucharlo de que constituyen “el sexo débil”.

En este sentido ambos se muestran de acuerdo. Sin embargo, Vera señala que, además, hay otro motivo poderoso. Para entenderlo adecuadamente ella sugiere que se limiten en el tratamiento del problema a considerar sólo el fenómeno de su concreta relación. Mientras Vera aparece a su marido, después de una breve separación de dos semanas, pálida y enflaquecida; en Kirsánov tales signos aún a meses de una hipotética separación no aparecen.

¿A qué se debe esta diferente reacción ante los problemas? Sencillamente, dice el doctor, a que él debe ocuparse cotidianamente de sus menesteres como médico en un hospital en el que debe resolver múltiples casos y dolencias de sus enfermos. Específicamente, el médico acota: “¡Si hubiese dejado de trabajar me hubiese vuelto loco!”.

Ante semejante respuesta Vera reacciona con entusiasmo, “he aquí la diferencia que existe entre los sexos, -y agrega- se necesita tener una ocupación seria, constante; entonces, psicológicamente se permanece fuertes”.

Chernishevski concluye poniendo en boca de Vera que el objetivo de la mujer, para liberarse de todas trabas sociales que le impiden realizarse y superar los múltiples prejuicios que anidan en la sociedad y en el fuero interno de la propia mujer, “debe ser llegar a comprender y hacer entender al hombre que ella tiene una vida propia y que necesita desarrollarla mediante su realización en una ocupación social que para ella resulte significativa, importante. Una actividad mediante la cual pueda llegar a encontrar parte del sentido de su vida y que la proyecte con mayor poderío que las fuerzas de las propias pasiones”.

Vera comprende el camino que debe seguir, y le dice con suma determinación a su marido, “yo quiero ser igual que tú en todos los sentidos, de ahora en adelante, esa será mi meta, mi objetivo vital”.

La protagonista llega a cobrar conciencia de que debe desarrollar su propio ser, que debe esforzarse por hacerse con su propia personalidad, de acuerdo con lo que siente debe ser estimado como lo más importante para darle sentido a su vida.

El autor antes de cerrar el capítulo asume, al mismo tiempo, el papel de teórico y de práctico maestro de vida, para las nuevas parejas que se unan en el amor aceptando como propia la determinación de recomenzar una nueva forma de vida que pueda ser fructífera no sólo para las dos personas involucradas en la relación, sino que les permita producir, al mismo tiempo, un avance válido para toda la sociedad en su conjunto.

“Ante la flor de la pasión -señala Chernishevski- languidecía a los pocos meses; hoy hemos descubierto el secreto para mantenerla fresca y perfumada, un secreto admirable, del cual todos debemos aprender; sólo hay que tener pureza de corazón, nobleza de ánimo y respeto por el derecho del otro. Hay que tomar la decisión de mantener el mayor respeto, sincero e incondicionado, por la libertad de aquel ser especial al que amamos”. Este secreto -sostiene el autor- no tiene nada de arcano ni de milagroso. Simplemente, bastará que recordemos que ella tiene el derecho de decirnos: “estoy descontenta de ti, vete…, todo acaba aquí”.

El secreto para valorar en su justo lugar a la mujer consiste en “reconocer abiertamente su libertad sin restricciones o malos entendidos de ningún tipo. Habría que basar la relación al reconocer la libertad de cada uno de los participantes, tal como hacemos con nuestros más entrañables amigos. Así es como deberán vivir siempre el marido y la mujer pertenecientes a las nuevas generaciones.

Ahora en la nueva sociedad que ha de surgir de las cenizas de la actual, la mujer tendrá el reconocimiento pleno de que es igual al varón en todo, y podrá desarrollar la seguridad de que ya no será considerada como una “propiedad” del marido o del hombre en general.

La nueva virginidad de la mujer será anímica, se alojará en el corazón. Ahora la mujer amará a quien quiera, y dará sus besos sólo cuando esten inspirados por el afecto. En la nueva sociedad habrá de brillar, sobre todo, el significado de la palabra “igualdad”. “Sin la igualdad de derechos la poesía de los afectos será aviesa, la belleza se desflora y la pureza de corazón se espanta”.

© Luis O. Brea Franco - Crónicas del ser

09 mayo del 2010

sábado, 1 de mayo de 2010

La acción de Rachmetov



La acción de Rachmetov


¿Cómo actúa Rachmetov, en el curso de la novela, cuando debe cumplir lo que sería un encargo menor, casi algo íntimo?

Ha prometido a Lopuchov, momentos antes de cometer suicidio, que “consolaría a su viuda, a Vera”. Lo habíamos dejado en la casa de la viuda del compañero de luchas fallecido mientras se dedica, a la espera de que llegase la hora adecuada para conversar con ella, a la lectura de una obra profética de Isaac Newton.

Cuando a la vivienda llega de visita una de las compañeras de Vera, que dirige con ella la cooperativa de modistas, les prepara el té y permanece por media hora, haciéndoles compañía.

En ese tiempo -según relata Chernishevski- hace como San Pedro, por tres veces condena el suicidio, lo califica como una locura -y señala que- “sólo lo justificaría cuando la persona que lo comete está afectada por una enfermedad incurable o cuando sea para prevenir una muerte espantosa e irreparable, como sería el caso de un revolucionario que es sometido a terribles torturas físicas y anímicas para que delate a sus compañeros”.

La opinión de Rachmetov sobre el suicidio -si se tiene en cuenta el nivel de la época y de la circunstancia rusa, que moral y religiosamente estaba dominada por la iglesia ortodoxa con una tendencia ideológica muy conservadora- resultaría sumamente chocante y atrevida a las personas corrientes que pudieran leer la novela en los años de su publicación.

Más adelante -relata el autor-, alrededor de las nueve de la noche, se presenta en la casa de Vera un policía para informar oficialmente de la muerte de Lopuchov; es Rachmetov quien lo recibe y le informa que ya ella está ya al tanto de la mala noticia, y sin nada más que manifestar, después de dar las condolencias, el oficial se retira.

Es, en ese momento, cuando Rachmetov decide que ha llegado el momento de cumplir su encomienda de “consolar” a Vera.

Se reúne con ella y comienza a decirle que es el portador de una breve carta de Lopuchov escrita para ella, una hora antes de comenzar a ejecutar su plan siniestro. Al saberlo, Vera se enoja, pues, dice, que no entiende cómo durante todo el día no le haya hecho la menor referencia al respecto.

Rachmetov replica que fue, precisamente, por su sangre fría, por su firmeza y por su fidelidad para cumplir con la tarea encomendada por lo que su marido desaparecido le comisionó del asunto.

Le dice que aquel esperaba que él sería inconmovible ante cualquier sentimiento, ruego o lamento de su viuda. Y al ratificar a Vera su disposición, le señala que “él es inmune a todo” y que sólo hablará cuando ella se haya calmado y prometa seguir fielmente sus instrucciones. Para apaciguarla le recuerda su propia índole, su determinación y su idiosincrasia; y resume, con unas pocas terribles palabras, la fiereza de su condición de nihilista: “Usted sabe que para nosotros no hay nada sagrado”.

Rachmetov explica a Vera que prometió al difunto que la carta, luego de que le fuera comunicada a la persona destinada, sería quemada, pues lo importante era el contenido y no el objeto en sí mismo y que el autor de la misiva quería evitar que se convirtiera en un fetiche. “Mis instrucciones son dejar que lea la carta, pero ésta, después de cumplir su cometido, debe desaparecer para que no se constituya en un objeto que le impida recomenzar otra vida al lado de Kirsánov”.

El papel de mensajero de las últimas palabras del suicida, lo asume Rachmetov con una actitud gélida y racional, que sabe cumplir al pie de la letra. Sus instrucciones consisten en desdramatizar la situación y convencer a Vera que la desaparición de su esposo se debe más a la forma de ser del difunto que a algún fallo o error cometido por ella en sus relaciones mutuas.

Vera debe entender, con claridad, que lo de ella fue seguir el natural desarrollo de su personalidad y que al enamorarse del Doctor Aleksandr Kirsánov, simplemente, buscaba en el otro algo que el marido no podía ofrecerle, y de esto era plenamente consciente Lopuchov.

Rachmetov utiliza para “consolar” a Vera dos argumentos que considera contundentes. El primero tiene que ver con la continuación de la “obra social” que la joven ha emprendido, que le ha permitido salir de la explotación social y aún más, ha ofrecido una vía de salvación de una casi segura degradación moral, a tantas jóvenes, que así han evitado caer en las garras de la prostitución o el alcoholismo.

He aquí una muestra de cómo le habla Rachmetov a Vera: “Usted es digna de reprobación por su decisión de abandonarlo todo y huir sin saber que va a hacer. Al actuar así, expone un trabajo excelente y pone en peligro una obra social que corresponde plenamente a su ideal práctico de organización industrial. Además, aventura todo lo logrado al riesgo de que se arruine, proporcionando de esta manera argumentos y razones a los paladines de las tinieblas y del mal, otorgándoles una arma terrible contra la santidad de vuestras ideas y principios. Al actuar como pretende usted, causa un daño directo, no sólo a cincuenta criaturas humanas, sino a la causa misma del progreso. Son delitos estos que no se perdonan…”.

Se trata para Vera, de tomar decisiones, que según Rachmetov, no tienen que ver con sentimientos personales, sino que consisten, sobre todo, en dejar de hacer algo que puede arruinar la santidad de la lucha del pueblo ruso por vencer a las tinieblas, como señala el nihilista.

En segundo lugar, Rachmetov ataca en su argumentación el estado concreto de separación natural en una relación matrimonial entre ambos esposos.

Rachmetov señala que entre ambos jóvenes había aparecido una incompatibilidad de caracteres, que se produce cuando Vera, desde la nueva ocasión de crecimiento que le permitía la relación matrimonial comenzó a avanzar moral y psicológicamente. “Entonces -señala el nihilista- ambos se percataron de que entre ustedes había una desarmonía fundamental”.

“Lopuchov -dice Rachmetov- sin ser un carácter oscuro ni tétrico, buscaba naturalmente la soledad, y simplemente se dejó llevar por esa tendencia. Él era el más desarrollado entre ustedes y, sin embargo, no vio claro hacía donde se dirigía, se entregó a los estudios y descuidó totalmente las relaciones cotidianas entre ustedes”.

El no haber previsto el surgimiento de semejante situación de crisis, la cual sólo se debió por su falta de conciencia y por la falta de cuidado que debió tener con todo lo relacionado con su relación. Que todo llegara donde llegara, es su culpa, y aún admitiendo que la de él fuera una inocente insconciencia, con esta actitud se retrata por entero su carácter y personalidad.

“¿Por qué sufría usted? -pregunta Rachmetov-. Porque tenía temor de producirle a Lopuchov un disgusto, un dolor, si descubría que amaba al Doctor Kirsánov”. Vera, en respuesta a esa afirmación de Rachmetov, le cuestiona: “Es que usted no admite los celos”. A lo que el nihilista responde: “Entre gente que se ha desarrollado mentalmente me parece inadmisible”.

He aquí como Chernishevski ha sabido llevar su discurso sobre un tema que le preocupaba y buscaba clarificar. Los celos constituyen, en realidad, un sentimiento retorcido, tonto, banal. “Es una muestra de las cosas que hay cambiar. Generalmente, actuamos y pensamos respecto a los seres humanos como se hace frente a los objetos. Esto es consecuencia de un prejuicio que supone que los seres humanos pueden ser vistos como objetos, y que como tales, pueden llegar a ser propiedad de alguien”.

El problema de los celos no debe ser enfocado, tomando en cuenta consideraciones morales. De lo que se trata en estos es de aprender a vislumbrar la capacidad que tiene esta actitud de dañar a los seres involucrados en su juego.

La gran mayoría de la gente en lugar de asumir la situación y tratar de buscar una solución real, lo que hace es reprimirse o engañarse. Se transforman en personas dolientes y ese dolor, poco a poco, las va destruyendo en su ser moral, entonces las personas se vuelven malas, cínicas, mentirosas…”. Revelar estas cosa y analizar cómo ocurren sería de gran utilidad para la depuración moral de los celos.

En lugar de actuar como seres obnubilados –Chernishevski sugiere- que habría sido mejor que se hubiesen decidido los tres a vivir como buenos amigos cobijados bajo el mismo techo.

© Luis O. Brea Franco - Crónicas del ser

01 de mayo de 2010