martes, 25 de octubre de 2011

Los pueblos que olvidan su historia están condenados a repetirla.

NOTA: El lector de hoy, si se lleva por el título prodría desorientarse. Por esto redacto esta breve nota situacional. El escrito que reproduzco fue publicado por quien suscribe en el diario El Caribe el día 13 de agosto de 2004. Faltaban tres días al cambio de administración. Dejaba el poder el presidente Hipólito Mejía. Esta nota fue escrita con el ánimo de hacer una especie de arqueo o comprobación entre lo que se prometió en la campaña electoral del año 2000, el presidente saliente, y lo que en realidad se construyo. No me guía ánimo político partidista, sólo intento defender mi condición socioeconómica y de ciudadadno. Repito con Nicolás Avellaneda, periodista y político argentino que: Los pueblos que olvidan su historia están condenados a repetirla.



Punto final

EL CARIBE, VIERNES 13 DE AGOSTO DEL 2004

Al fin llegamos a la hora de cerrar un ciclo horrendo de nuestra historia; cerramos, el próximo lunes, un “tempus horribilis”.

Es, pues, hora de balance, de inventariar la larga serie de desmanes que hemos padecido de una horda bárbara que ha destruido todo lo edificado colectivamente, en tan solo 48 meses; nos toca, ahora, cerrar definitivamente con la “infame
turba de nocturnas aves” que nos ha extraviado de nuestras metas constructivas.

No voy a intentar presentar aquí la lista –que, en todo caso, sería demasiado extensa– de lo padecido en estos años.

Ese inventario no hay que hacerlo; dolorosamente, día a día vamos palpándolo.

En días pasados, en un momento de poda de papeles viejos, descubrí, por caso, un número de la desaparecida revista“Rumbo”, del 31 de julio del 2000, cuyo título habla por sí solo: “El país que prometió Hipólito”.

Hoy, a modo de arqueo hilaré un “collage” de las promesas del “atípico” político que “…se vendió al pueblo como un hombre de palabra, abocado a cumplir los compromisos asumidos, so pena de faltar a la palabra empeñada”.

El reportaje es de Elina María Cruz e intenta recoger la vana palabrería con que el candidato “fuera de serie” enredó al país.

Inicia con la “condena de la desigualdad social y promete reorientar el modelo económico tan pronto llegue al poder”; “…a la sociedad civil debe dársele la información acerca de la corrupción para que cada quien, incluyendo los abogados,
desempeñe su papel”.

“Invertirá US$ 1,600 millones para garantizar la estabilidad y un precio razonable del servicio eléctrico”; “construirá más de 200,000 viviendas que costarán unos RD$ 26,000 millones”; “más del 50% del presupuesto se destinará al gasto social”; “designará a las mujeres en el 40% de los cargos” –aquí la articulista comenta que de los 14 perredeistas anunciados como secretarios de Estado, hay sólo dos mujeres, lo que equivale a un 10%–; “promoverá una imagen no discriminatoria y positiva de la mujer”; “invertirá no menos del 18% del presupuesto en educación”; “eliminará las “botellas” que consumen más de RD$100 millones del Estado”; “pagará la deuda a los contratistas”; “...construirá hospitales…”.

El 10 de abril del 2000, afirmaba en Santiago: “que está plenamente consciente de que una gran parte de la ciudadanía ya no cree en las palabras de los políticos… pues, desde hace mucho tiempo los engañan con discursos bonitos y promesas
que jamás han pensado cumplir”. ¿Es necesario seguir?

Tal comportamiento es socialmente temerario. En un país que se respetara, a quien se atreviera a asumir tal actitud, se lo aislaría, pues se lo consideraría asocial, esto es, ¡pirata y “jablador”!

Invito al lector a tomar nota de las promesas que se hacen hoy y a confrontarlas con los resultados de agosto de 2004