martes, 31 de agosto de 2010
Presentación de León David a la segunda edición de la Antología del Pensamiento Helénico
A MANERA DE PÓRTICO
La fascinante Antología del Pensamiento Helénico, de la autoría del recio intelectual dominicano Luis O. Brea Franco, para cuya segunda edición, a guisa de deslucido introito, ensayo estas palabras, debe ser incluida en el escogido renglón de obras memorables que hacen época, en el número harto escaso de libros imprescindibles que en punto a singularidad y sustancial contribución a la cultura universal constituyen un hito, un señalado acierto de inquisidora índole, de esos que llegan en buena hora y muy de raro en raro para permanecer.
Recalcaré que si de algo estoy cierto, si algo me parece muy en su lugar es que, cuando sostengo que Antología del Pensamiento Helénico conviene sea conceptuada sobre obra de rara y cuidadosa factura, cimero aporte bibliográfico de humanista calado, cuya importancia lejos de menguar se hará con el paso de los años cada vez más notoria, cuando tal cosa afirmo –repito– me asiste la certidumbre de que no sólo no transijo en lo más mínimo con la fácil lisonja o la barata adulación, sino que con toda probabilidad quedo corto por lo que toca al señalamiento de los sobresalientes méritos que corresponden, en buena ley, al libro que me honro en prologar.
Porque, si de apariencias delusivas no me pago, se precisa harto más que doctoral preparación y familiaridad con la literatura de la Antigüedad Clásica para elaborar un florilegio de las indiscutibles prendas que engalanan a éste sobre el que versan nuestros nada ambiciosos comentarios.
Cualquiera puede –a ello estamos por desventura acostumbrados– recortar del acervo literario tradicional textos de renombrados escritores para luego reunirlos siguiendo algún patrón temático, formal o cronológico, procedimiento del que surgirá, atendiendo a las luces y sentido común del antólogo, una más o menos afortunada colcha de retazos.
Empero, lo dificultoso y admirable no es –va de suyo– juntar con buen ahecho gloriosos pasajes de pensadores ilustres, sino hacerlo por modo tal que el saldo de labor tan exigente y delicada sea, sin agobio de detalles inútiles, sin fatigas de prescindibles redundancias y sin que falte otrosí ningún elemento significativo que vaya en deslustre del conjunto, cuyo saldo sea, puntualizo y aclaro, adentrarnos en los hontanares espirituales de una cultura, en el pálpito mismo de una pródiga cuanto irrepetible vivencia de sesgo intelectual, en la sapidez inconfundible del decir, sentir y cogitar de un pueblo extraordinario y de una época excepcional y sorprendente.
Es ése, si la fortuna no me ha dejado de su mano y ando todavía en tratos con la sensatez, el supremo logro de los fragmentos que Luis O. Brea Franco nos obsequia en esta oportuna reedición de sus fundamentales analectas.
Ahora bien, si nos preguntamos cuál es el secreto de pareja proeza de extracto y refundición, la respuesta no tardará en aflorar: erudición copiosa, producto de la lectura y criba incesantes del riquísimo legado filosófico y literario del pasado helénico; extremado rigor analítico que al ir acompañado de una nada común facultad discriminatoria, sólo se aviene a recoger de la página el trozo medular, el pormenor significativo; y last but not least, una impresionante capacidad de síntesis que atestigua el accionar de un cerebro formidablemente organizado, entrenado a fondo en la ardua calistenia conceptual de la metódica observación, el aquilatamiento y el cotejo.
Compruebe por cuenta propia el lector la corrección del juicio que, sin ningún titubeo, acabo de estampar. Repase las páginas de la colección que nos ocupa y no podrá menos que reparar en que de Homero a Plotino, de Esquilo a Epicuro, de Píndaro a Ptolomeo y Proclo –haciendo por descontado hincapié en Platón y Aristóteles–, no falta nada allí de sustantivo o característico en punto a perfilar en su exacta figura y dimensión el pensamiento de la Hélade, pensamiento del que será Occidente en todo tiempo tributario.
Con Grecia nace el razonamiento crítico, la conciencia de la dignidad individual, la afanosa búsqueda de la perfección en todos los órdenes, la permanente insistencia en el valor decisivo de la libertad y la aspiración no menos obstinada al conocimiento de la verdad, el bien y la belleza sin otro fin que la íntima satisfacción y plenitud vivificante que tal conocimiento proporciona.
Grecia somos nosotros. A Grecia es menester rastrearla en cada uno de los más empinados logros de Occidente. De ahí que una antología como la que estamos nueva vez presentando, no sea el fruto espurio de un mero interés arqueológico por el pasado, con el cual contentar a un restringido círculo de historiadores y demás polvorientas ratas de biblioteca. Volver la vista atrás, hacia nuestros orígenes con la mira puesta en el porvenir, como es el caso del libro que motiva estas reflexiones, no será jamás labor superflua, gratuita o extemporánea. Ahondar en nuestras raíces es tarea inaplazable, pertinente como ninguna otra, a la que ni por semejas cabría tener por lujo intelectual para la entretención de una presuntuosa secta de doctos y entendidos.
Hoy, cuando hasta el que no ha perdido la fe en la capacidad del hombre para superar sus desoladoras insuficiencias se ve forzado a aceptar la posibilidad de que la vía torcida por la que la criatura humana se ha enrumbado la precipite en el abismo de la barbarie total y definitiva; cuando el Moloch de la vulgaridad y la intrascendencia ha invadido de hoy en más nuestra casa y el espíritu de intuición y profecía, enmudeciendo, ha franqueado el paso a un universo chato de fantasía sin alas; cuando, autor y víctima de un descomunal naufragio axiológico, el hombre contemporáneo se aferra desesperado a cualquier tabla. credo, dogma o evangelio con tal de no hundirse en las aguas heladas de su insufrible insustancialidad; cuando la descastada raza de Adán y Prometeo en este alborear del tercer milenio, habiendo perdido por completo el apetito de lo excelso y duradero, sólo halla pasajero solaz –caterva de mentes tullidas– en las mil y una estratagemas de olvidar su vocación de altura…, hoy retornar a la fuente, volver a la semilla, rescatar la imperecedera lección de anímico acendramiento a que el feliz avatar de la sabiduría helénica convida, es, a buen seguro, no ya provechosa labor sino liberadora empresa inexcusable.
Así las cosas, ¿por qué no hacer una parada en la vertiginosa carrera a la que la tardo-modernidad nos ha arrastrado para recuperar, en la medida de nuestras posibilidades, lo que los antiguos helenos dijeron y pensaron sobre tantas y tantas gravísimas cuestiones que siguen teniendo sostenida vigencia?
A mi humilde entender, la Antología del Pensamiento Helénico, de Luis O. Brea Franco, entre sus muchas bondades nos ofrece, como muy pocos libros accesibles al dominicano de hoy, esa posibilidad; es sementera de esperanza, invitación al encuentro con lo que de más noble atesora la humana condición y afortunada propuesta de reconstruir desde el firme cimiento de un pasado ejemplar la desmedrada vida huérfana de utopías y horizontes de ese ser raciocinante, inquieto, imprevisible, que por negarse a mirar hacia la altura, hacia la uránica dimensión donde otrora los dioses olímpicos reinaban, se halla en inminente peligro de perder sin remedio sus humanas facciones y de hundirse para siempre en el averno –justo castigo a su ignorancia– de la animalidad.
León David
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