martes, 25 de octubre de 2011

Los pueblos que olvidan su historia están condenados a repetirla.

NOTA: El lector de hoy, si se lleva por el título prodría desorientarse. Por esto redacto esta breve nota situacional. El escrito que reproduzco fue publicado por quien suscribe en el diario El Caribe el día 13 de agosto de 2004. Faltaban tres días al cambio de administración. Dejaba el poder el presidente Hipólito Mejía. Esta nota fue escrita con el ánimo de hacer una especie de arqueo o comprobación entre lo que se prometió en la campaña electoral del año 2000, el presidente saliente, y lo que en realidad se construyo. No me guía ánimo político partidista, sólo intento defender mi condición socioeconómica y de ciudadadno. Repito con Nicolás Avellaneda, periodista y político argentino que: Los pueblos que olvidan su historia están condenados a repetirla.



Punto final

EL CARIBE, VIERNES 13 DE AGOSTO DEL 2004

Al fin llegamos a la hora de cerrar un ciclo horrendo de nuestra historia; cerramos, el próximo lunes, un “tempus horribilis”.

Es, pues, hora de balance, de inventariar la larga serie de desmanes que hemos padecido de una horda bárbara que ha destruido todo lo edificado colectivamente, en tan solo 48 meses; nos toca, ahora, cerrar definitivamente con la “infame
turba de nocturnas aves” que nos ha extraviado de nuestras metas constructivas.

No voy a intentar presentar aquí la lista –que, en todo caso, sería demasiado extensa– de lo padecido en estos años.

Ese inventario no hay que hacerlo; dolorosamente, día a día vamos palpándolo.

En días pasados, en un momento de poda de papeles viejos, descubrí, por caso, un número de la desaparecida revista“Rumbo”, del 31 de julio del 2000, cuyo título habla por sí solo: “El país que prometió Hipólito”.

Hoy, a modo de arqueo hilaré un “collage” de las promesas del “atípico” político que “…se vendió al pueblo como un hombre de palabra, abocado a cumplir los compromisos asumidos, so pena de faltar a la palabra empeñada”.

El reportaje es de Elina María Cruz e intenta recoger la vana palabrería con que el candidato “fuera de serie” enredó al país.

Inicia con la “condena de la desigualdad social y promete reorientar el modelo económico tan pronto llegue al poder”; “…a la sociedad civil debe dársele la información acerca de la corrupción para que cada quien, incluyendo los abogados,
desempeñe su papel”.

“Invertirá US$ 1,600 millones para garantizar la estabilidad y un precio razonable del servicio eléctrico”; “construirá más de 200,000 viviendas que costarán unos RD$ 26,000 millones”; “más del 50% del presupuesto se destinará al gasto social”; “designará a las mujeres en el 40% de los cargos” –aquí la articulista comenta que de los 14 perredeistas anunciados como secretarios de Estado, hay sólo dos mujeres, lo que equivale a un 10%–; “promoverá una imagen no discriminatoria y positiva de la mujer”; “invertirá no menos del 18% del presupuesto en educación”; “eliminará las “botellas” que consumen más de RD$100 millones del Estado”; “pagará la deuda a los contratistas”; “...construirá hospitales…”.

El 10 de abril del 2000, afirmaba en Santiago: “que está plenamente consciente de que una gran parte de la ciudadanía ya no cree en las palabras de los políticos… pues, desde hace mucho tiempo los engañan con discursos bonitos y promesas
que jamás han pensado cumplir”. ¿Es necesario seguir?

Tal comportamiento es socialmente temerario. En un país que se respetara, a quien se atreviera a asumir tal actitud, se lo aislaría, pues se lo consideraría asocial, esto es, ¡pirata y “jablador”!

Invito al lector a tomar nota de las promesas que se hacen hoy y a confrontarlas con los resultados de agosto de 2004

sábado, 25 de junio de 2011

Danzando sobre el abismo, Luis Brea Franco y el problema de la modernidad


Danzando sobre el abismo, Luis Brea Franco y el problema de la modernidad

MIGUEL ÁNGEL FORNERÍN

By mediaIslaPublished: June 25, 2011


Glosas golosas


MIGUEL ÁNGEL FORNERÍN | Ante tanto ruido y menesterosidad de la cultura del homenaje y la lisonja, de un trujillismo del otro que enmascara al Trujillo propio, a su propia presencia signica, en las prácticas y los discursos, ¿de qué vale, me pregunto, un filósofo, un historiador del pensamiento?

Pocas veces encontramos en nuestro medio un libro de ensayo cual La modernidad como problema de Luis Brea Franco; pocas veces nos encontramos con un pensador en nuestro medio. La ciudad y la cultura ruidosas, parecen ser pasto para otras perversidades, menos la del pensamiento. Entre el ruido y la prisa, marcha el dominicano folklórico entre dos tiempos: la acronía de su existencia. Entre la oscuridad busca las luces de la modernización. Se le ve agitado, en un tiempo nuevo que dialoga con el viejo. Jadeante antes la modernidad recién cosida. La urbe de cemento, de elevados y trenes, dejan las cicatrices de un proyecto liberal inconcluso. Y entonces, vale la pena asumir el presente o refugiarse en el pasado. Ante tanto ruido y menesterosidad de la cultura del homenaje y la lisonja, de un trujillismo del otro que enmascara al Trujillo propio, a su propia presencia signica, en las prácticas y los discursos, ¿de qué vale, me pregunto, un filósofo, un historiador del pensamiento?

Esto pensé cuando tuve en mis manos el libro de Luis Brea Franco que refiero. Desde hace un buen tiempo lo quise leer. Pero no hay editoriales ni distribución formal del libro. Cuando lo leí, hice pequeñas notas para volver sobre los aspectos que me parecían sobresalientes. Tal vez para glosarlo y continuar con el autor el otro viaje, ese que se hace de regreso a las notas, a las sorpresas, a las coincidencias, que vamos encontrando y sintiendo al pasar cada página. Un libro excelente no está sólo en la belleza de su forma (en el aroma de la tinta y el aglutinante del papel, en la belleza de la tipografía). Estos aspectos externos a la obra son la modernidad misma de la impresión y del objeto de Gutenberg.

Lo importante de un libro es lo que contiene. El calmado rumor del maestro que lo cincela. El caer de las palabras como gotas de lluvia del alero del espíritu. Es el viaje imaginario a que invita, el festín donde se encuentran los sabios. El fuego que se les roba a los dioses, para aristócratas, partisanos y plebeyos o para negros libertos. Nunca ha dejado la buena lectura de ser enriquecedora; es ella la que relativiza el oro, el poderoso caballero quevedesco, que a tantos lances invita.

Yo, más bien conmovido por los espacios del viaje, recorro las ideas entre líneas; rompo lanza y muestro con desnudez el entusiasmo. Entonces, vuelvo a Gadamer para ver el arte y la cultura, no como espectáculo, performance pasajero, en el que el tiempo borra las improntas que recuperarían la memoria, sino como fiesta. El banquete platónico como festín de las ideas. Pocos libros. Repito, he leído en los últimos tiempos en que se ensaye una idea y se esculpa un pensamiento, una perplejidad, una cavilación profunda, que instaure lo nuevo en nuestro medio. Y el dominicano jadeante de modernización, nos permite abrir un horizonte, para escuchar su latido. Pero no desde él, sino visto desde el universo.

Y este aspecto es sumamente importante. Los que estamos acostumbrados a ver el problema en su cotidiana manifestación, en la cercanía, procedemos de forma distinta al método filosófico que busca la explicación de los asuntos en lo general. Porque el libro, cabe advertir, de Brea Franco no es un tratado sobre la modernidad, pero lo que dice del hombre universal nos concierte, como aquellos tanteos de definirnos.

A continuación glosaré algunas ideas que definen el itinerario y las preocupaciones de este pensador dominicano.

II

Llama mi atención el historicismo como visión del mundo que alimenta sus indagaciones y afianza su pensamiento. La modernidad salida de las trasformaciones del siglo de las luces; de la actuación del sujeto en su tránsito de siervo a la construcción de una ciudadanía capaz de pensar y transformar, a través de la lucha social, las viejas estructuras de poder. Es decir, la acción social del hombre para cambiar el error por la verdad. Una verdad acompañada de un racionalismo que centró el pensamiento occidental en una visión cientificista. Dejando atrás la religiosidad y espiritualidad como falsas creencias, pero desarraigando el ser. Esta es la preocupación cardinal del autor.

III

El desarraigo del hombre desde su propia visión, como el cambio de un mundo simbólico al mundo instrumental de la modernidad. El trabajado por el autor al definir la identidad como co-pertenencia. Noción importante porque en la modernidad este aspecto ha cambiado hacia la pertenencia, de ahí que el Otro se invisibiliza, el ciudadano es privado y privativo. Nada que no vaya unido a su deseo de poder lo integra a su entorno. De ahí que sea tan difícil co-pertenecer, es decir vivir con el otro. Brea Franco sabe muy bien que el sistema desecha aquellas cosas que no les ve valor, de ahí el problema entre identidad y diversidad. La política de la modernidad al reducir el ser a verdad, es llevarla a la mismidad, en donde lo diferente es despreciado. El valor se encuentra entonces en la unidad. Pero la identidad, como nos enseña Paul Ricoeur, no es una igualdad, sino una alteridad donde lo diverso coexiste y comparte sus diferencias.

IV

Interesante es que la modernidad en esta obra es vista desde su propia metodología. La historia como historia de las ideas. Las ideas como un producto de los hombres en su lucha por construir el mundo de la verdad. La filosofía, el pensamiento occidental que las luces crearon con Kant, Hegel, Marx, y Nietzsche. De ahí que el texto de Brea Franco sea también historia de la cultura, historia del pensamiento y movimiento de la historia del hombre en busca de la libertad. La crítica de la modernidad se da desde la modernidad y no encuentra, a mi manera de ver, otro camino que el moderno. El proyecto de la modernidad no ha terminado. Lo que es esencial resulta recuperar la mirada, volver a la raíces, de la espiritualidad, del mundo simbólico original, de la visión ordenada del mundo griego, para Brea Franco.

V

Otro elemento tan moderno, tan orteguiano, es encontrar el sentido de la cultura y el pensamiento en las representaciones simbólicas. A la vez que lee y analiza el pensamiento de occidente en la creación de la modernidad y de sus luces, Brea Franco busca en la novelística la exposición de ideas, la construcción de personajes que conforman la manera de representar la lucha del hombre europeo en su deseo de cambiar su mundo. Pasa de Max Stirner a Dostoievski y de éste a Nietzsche. Lo cual pone en juego un delicado trabajo hermenéutico, que pone a prueba la teoría del arte y del lenguaje del autor.

VI

La genealogía filosófica que hace entre el autor de El único y su propiedad es sumamente importante para ver el decurso del pensamiento de la sospecha, del existencialismo, de la crítica profunda a la modernidad que busca recuperar la identidad del sujeto perdida entre las luces. De Stirner, Dostoievski, Nietzsche, Kierkegaard, Sartre y Ciorán (y por supuesto Unamuno), nos alumbra en el viaje del cuestionamiento de las grandes ideas que fundan el pensamiento occidental. Puro magisterio es el de aquel que sintetiza y elabora tablas de valores, como decía Pedro Henríquez Ureña.

VII

Es capital para entender el problema de la modernidad, como el deseo de poder ha hecho que los estados nacionales dominen el espacio y conviertan al mundo en un solo sentido, en una sola verdad que intenta oponerse y donde no hay alternativa. El hombre danza sobre el abismo de su propia creación: “En esta modernidad ha perdido sentido el pensar sobre el suelo, sobre la propia tierra y las propias raíces; existimos atenaceados en una angustia anónima y difusa que estalla en aburrimiento y en brotes de violencia ciega, en terrorismo.”

VIII

Hay en la modernidad una pérdida del sentido, una pérdida de su propia metafísica. Encontrarlo es para el autor regresar al mundo de un orden, en el que se identifican la tierra, la naturaleza, el espíritu como co-pertenencia. El mundo griego como finalidad del bien. El bien como realización humana, como anhelo del mundo. La recuperación del sujeto está para Luis Brea Franco en un orden. No sé si podríamos pensar en un caos, distinto, en la medida en que el mundo griego podría ser una manera de entenderlo desde el pensamiento. Pero, me pregunto, ¿era la práctica igual al discurso?

IX

La metáfora que mejor define la condición humana en la modernidad es la de una danza inconsciente al borde del abismo. El hombre —entre ciudadano y consumidor— baila sin saberlo, inconsciente, expatriado de sí mismo en un despeñadero. El mundo no tiene sentido. Hemos troncado el sentido primigenio —la tradición y la metafísica, para Brea Franco—; el mundo simbólico para Ernest Cassire, Alain Touraine y Gianni Vattimo… en números y objetos. Estamos ahí danzando en el abismo. Como diría Ortega, somos náufragos entre las cosas.

X

El problema capital de este pensamiento, que tiene grandes logros cuando describe el problema, es de contestar la pregunta de Lenin: ¿qué hacer? Una pregunta fundamental en la medida en que integra la reflexión y la acción. Todo problema y su planteamiento no es más que una forma de dirigirnos a su solución. En la vida social solamente la acción humana podría cambiar el curso de la Historia. Ese es el historicismo. Ese es el legado de la modernidad como pensamiento y razón.

XI

El hacer no puede venir sin una nueva mirada. Sin una nueva visión de mundo. No está equivocado nuestro filósofo cuando señala que esa nueva forma es creativa; yo agregaría imaginativa. Sin olvidar la tradición y el pasado. Sin hacerle pleitesía a lo nuevo en una orgía de modernidad en la que se exagera el precepto bodeleriano: Il faut être moderne. Tal vez el imperativo categórico sería: es imperioso ser creativo. De igual manera pensaba José Martí. Pero a más de un siglo, no le hemos escuchado. Vivimos en el ruido de una falsa postmodernidad, de la era de la información, que troca el sentido en dato y el valor en una gradación.

Danzando sobre el abismo, Luis Brea Franco y el problema de la modernidad


Danzando sobre el abismo, Luis Brea Franco y el problema de la modernidad

MIGUEL ÁNGEL FORNERÍN

By mediaIslaPublished: June 25, 2011


Glosas golosas


MIGUEL ÁNGEL FORNERÍN | Ante tanto ruido y menesterosidad de la cultura del homenaje y la lisonja, de un trujillismo del otro que enmascara al Trujillo propio, a su propia presencia signica, en las prácticas y los discursos, ¿de qué vale, me pregunto, un filósofo, un historiador del pensamiento?

Pocas veces encontramos en nuestro medio un libro de ensayo cual La modernidad como problema de Luis Brea Franco; pocas veces nos encontramos con un pensador en nuestro medio. La ciudad y la cultura ruidosas, parecen ser pasto para otras perversidades, menos la del pensamiento. Entre el ruido y la prisa, marcha el dominicano folklórico entre dos tiempos: la acronía de su existencia. Entre la oscuridad busca las luces de la modernización. Se le ve agitado, en un tiempo nuevo que dialoga con el viejo. Jadeante antes la modernidad recién cosida. La urbe de cemento, de elevados y trenes, dejan las cicatrices de un proyecto liberal inconcluso. Y entonces, vale la pena asumir el presente o refugiarse en el pasado. Ante tanto ruido y menesterosidad de la cultura del homenaje y la lisonja, de un trujillismo del otro que enmascara al Trujillo propio, a su propia presencia signica, en las prácticas y los discursos, ¿de qué vale, me pregunto, un filósofo, un historiador del pensamiento?

Esto pensé cuando tuve en mis manos el libro de Luis Brea Franco que refiero. Desde hace un buen tiempo lo quise leer. Pero no hay editoriales ni distribución formal del libro. Cuando lo leí, hice pequeñas notas para volver sobre los aspectos que me parecían sobresalientes. Tal vez para glosarlo y continuar con el autor el otro viaje, ese que se hace de regreso a las notas, a las sorpresas, a las coincidencias, que vamos encontrando y sintiendo al pasar cada página. Un libro excelente no está sólo en la belleza de su forma (en el aroma de la tinta y el aglutinante del papel, en la belleza de la tipografía). Estos aspectos externos a la obra son la modernidad misma de la impresión y del objeto de Gutenberg.

Lo importante de un libro es lo que contiene. El calmado rumor del maestro que lo cincela. El caer de las palabras como gotas de lluvia del alero del espíritu. Es el viaje imaginario a que invita, el festín donde se encuentran los sabios. El fuego que se les roba a los dioses, para aristócratas, partisanos y plebeyos o para negros libertos. Nunca ha dejado la buena lectura de ser enriquecedora; es ella la que relativiza el oro, el poderoso caballero quevedesco, que a tantos lances invita.

Yo, más bien conmovido por los espacios del viaje, recorro las ideas entre líneas; rompo lanza y muestro con desnudez el entusiasmo. Entonces, vuelvo a Gadamer para ver el arte y la cultura, no como espectáculo, performance pasajero, en el que el tiempo borra las improntas que recuperarían la memoria, sino como fiesta. El banquete platónico como festín de las ideas. Pocos libros. Repito, he leído en los últimos tiempos en que se ensaye una idea y se esculpa un pensamiento, una perplejidad, una cavilación profunda, que instaure lo nuevo en nuestro medio. Y el dominicano jadeante de modernización, nos permite abrir un horizonte, para escuchar su latido. Pero no desde él, sino visto desde el universo.

Y este aspecto es sumamente importante. Los que estamos acostumbrados a ver el problema en su cotidiana manifestación, en la cercanía, procedemos de forma distinta al método filosófico que busca la explicación de los asuntos en lo general. Porque el libro, cabe advertir, de Brea Franco no es un tratado sobre la modernidad, pero lo que dice del hombre universal nos concierte, como aquellos tanteos de definirnos.

A continuación glosaré algunas ideas que definen el itinerario y las preocupaciones de este pensador dominicano.

II

Llama mi atención el historicismo como visión del mundo que alimenta sus indagaciones y afianza su pensamiento. La modernidad salida de las trasformaciones del siglo de las luces; de la actuación del sujeto en su tránsito de siervo a la construcción de una ciudadanía capaz de pensar y transformar, a través de la lucha social, las viejas estructuras de poder. Es decir, la acción social del hombre para cambiar el error por la verdad. Una verdad acompañada de un racionalismo que centró el pensamiento occidental en una visión cientificista. Dejando atrás la religiosidad y espiritualidad como falsas creencias, pero desarraigando el ser. Esta es la preocupación cardinal del autor.

III

El desarraigo del hombre desde su propia visión, como el cambio de un mundo simbólico al mundo instrumental de la modernidad. El trabajado por el autor al definir la identidad como co-pertenencia. Noción importante porque en la modernidad este aspecto ha cambiado hacia la pertenencia, de ahí que el Otro se invisibiliza, el ciudadano es privado y privativo. Nada que no vaya unido a su deseo de poder lo integra a su entorno. De ahí que sea tan difícil co-pertenecer, es decir vivir con el otro. Brea Franco sabe muy bien que el sistema desecha aquellas cosas que no les ve valor, de ahí el problema entre identidad y diversidad. La política de la modernidad al reducir el ser a verdad, es llevarla a la mismidad, en donde lo diferente es despreciado. El valor se encuentra entonces en la unidad. Pero la identidad, como nos enseña Paul Ricoeur, no es una igualdad, sino una alteridad donde lo diverso coexiste y comparte sus diferencias.

IV

Interesante es que la modernidad en esta obra es vista desde su propia metodología. La historia como historia de las ideas. Las ideas como un producto de los hombres en su lucha por construir el mundo de la verdad. La filosofía, el pensamiento occidental que las luces crearon con Kant, Hegel, Marx, y Nietzsche. De ahí que el texto de Brea Franco sea también historia de la cultura, historia del pensamiento y movimiento de la historia del hombre en busca de la libertad. La crítica de la modernidad se da desde la modernidad y no encuentra, a mi manera de ver, otro camino que el moderno. El proyecto de la modernidad no ha terminado. Lo que es esencial resulta recuperar la mirada, volver a la raíces, de la espiritualidad, del mundo simbólico original, de la visión ordenada del mundo griego, para Brea Franco.

V

Otro elemento tan moderno, tan orteguiano, es encontrar el sentido de la cultura y el pensamiento en las representaciones simbólicas. A la vez que lee y analiza el pensamiento de occidente en la creación de la modernidad y de sus luces, Brea Franco busca en la novelística la exposición de ideas, la construcción de personajes que conforman la manera de representar la lucha del hombre europeo en su deseo de cambiar su mundo. Pasa de Max Stirner a Dostoievski y de éste a Nietzsche. Lo cual pone en juego un delicado trabajo hermenéutico, que pone a prueba la teoría del arte y del lenguaje del autor.

VI

La genealogía filosófica que hace entre el autor de El único y su propiedad es sumamente importante para ver el decurso del pensamiento de la sospecha, del existencialismo, de la crítica profunda a la modernidad que busca recuperar la identidad del sujeto perdida entre las luces. De Stirner, Dostoievski, Nietzsche, Kierkegaard, Sartre y Ciorán (y por supuesto Unamuno), nos alumbra en el viaje del cuestionamiento de las grandes ideas que fundan el pensamiento occidental. Puro magisterio es el de aquel que sintetiza y elabora tablas de valores, como decía Pedro Henríquez Ureña.

VII

Es capital para entender el problema de la modernidad, como el deseo de poder ha hecho que los estados nacionales dominen el espacio y conviertan al mundo en un solo sentido, en una sola verdad que intenta oponerse y donde no hay alternativa. El hombre danza sobre el abismo de su propia creación: “En esta modernidad ha perdido sentido el pensar sobre el suelo, sobre la propia tierra y las propias raíces; existimos atenaceados en una angustia anónima y difusa que estalla en aburrimiento y en brotes de violencia ciega, en terrorismo.”

VIII

Hay en la modernidad una pérdida del sentido, una pérdida de su propia metafísica. Encontrarlo es para el autor regresar al mundo de un orden, en el que se identifican la tierra, la naturaleza, el espíritu como co-pertenencia. El mundo griego como finalidad del bien. El bien como realización humana, como anhelo del mundo. La recuperación del sujeto está para Luis Brea Franco en un orden. No sé si podríamos pensar en un caos, distinto, en la medida en que el mundo griego podría ser una manera de entenderlo desde el pensamiento. Pero, me pregunto, ¿era la práctica igual al discurso?

IX

La metáfora que mejor define la condición humana en la modernidad es la de una danza inconsciente al borde del abismo. El hombre —entre ciudadano y consumidor— baila sin saberlo, inconsciente, expatriado de sí mismo en un despeñadero. El mundo no tiene sentido. Hemos troncado el sentido primigenio —la tradición y la metafísica, para Brea Franco—; el mundo simbólico para Ernest Cassire, Alain Touraine y Gianni Vattimo… en números y objetos. Estamos ahí danzando en el abismo. Como diría Ortega, somos náufragos entre las cosas.

X

El problema capital de este pensamiento, que tiene grandes logros cuando describe el problema, es de contestar la pregunta de Lenin: ¿qué hacer? Una pregunta fundamental en la medida en que integra la reflexión y la acción. Todo problema y su planteamiento no es más que una forma de dirigirnos a su solución. En la vida social solamente la acción humana podría cambiar el curso de la Historia. Ese es el historicismo. Ese es el legado de la modernidad como pensamiento y razón.

XI

El hacer no puede venir sin una nueva mirada. Sin una nueva visión de mundo. No está equivocado nuestro filósofo cuando señala que esa nueva forma es creativa; yo agregaría imaginativa. Sin olvidar la tradición y el pasado. Sin hacerle pleitesía a lo nuevo en una orgía de modernidad en la que se exagera el precepto bodeleriano: Il faut être moderne. Tal vez el imperativo categórico sería: es imperioso ser creativo. De igual manera pensaba José Martí. Pero a más de un siglo, no le hemos escuchado. Vivimos en el ruido de una falsa postmodernidad, de la era de la información, que troca el sentido en dato y el valor en una gradación.

domingo, 20 de febrero de 2011

II. Breve recuento histórico sobre los gobiernos de Rusia desde el zar Pedro I el Grande, a Alejandro I (1672-1801)


Breve recuento histórico sobre los gobiernos de Rusia desde el zar Pedro I el Grande, a Alejandro I (1672-1801)


II


A su regreso de Occidente, Pedro I, procede inmediatamente a reorganizar el gobierno según modelos occidentales, transformando Rusia en un estado absolutista a semejanza de la Francia de Luis XIV.

Reemplaza la vieja Dieta o Duma, que congrega a la nobleza boyarda constituida para ofrecer la asistencia de los nobles al soberano en el gobierno de imperio, por un reducido Consejo de Estado que denomina, ahora, Senado, y que dispone compuesto de nueve miembros, preside en la práctica la administración pública y es el organismo capacitado para tomar las decisiones determinantes con respecto al manejo de la incipiente burocracia.

El emperador, también crea nueve colegios o consejos ministeriales compuestos de trece miembros que, con posterioridad se transforman en los órganos supremos de gobierno, encargados de llevar el día a día de la administración pública, mientras el zar retiene para sí el poder absoluto con potestad para nombrar y cancelar a todos los cargos de corte, militares, eclesiásticos y, en general, de orden oficial.

Igualmente, ordena a todos los miembros de la Corte y a sus oficiales, que se rasuren sus barbas, lo que provoca entre los boyardos, que andan muy orgullosos de las mismas, que se levanten objeciones ante la medida, por lo que, el soberano dictamina como paliativo, que cuando éstos desearan mantenerlas deben pagar un impuesto anual de cien rublos al estado.

En Europa occidental desde febrero de 1582, se estableció que a partir del 11 de septiembre de ese año tendría vigencia un nuevo calendario, denominado gregoriano, pues trae su origen en la disposición del papa Gregorio XIII, que lo instaura mediante la bula Inter gravissimas.

Este pretende corregir impropiedades y desfases del calendario juliano, en vigor en Occidente desde el año 42 de nuestra era, que permanece en vigor en Rusia aún después de la reforma del papa Gregorio XIII. Entre ambos modos de medir el tiempo hay una diferencia de 13 días de menos en el calendario juliano.

Es por esta razón que la revolución del 25 de octubre de 1917, en Occidente coincidiera con el día 7 del mes de noviembre. La reforma del tiempo gregoriana no fue asumida por las reformas de Pedro el Grande y permaneció en vigencia el calendario juliano en Rusia hasta que se estableciera la vigencia del gregoriano en el año 1918.

Por otro lado, para la Rusia profunda, rural, Pedro crea las provincias, y estas a su vez las divide en distritos. La tarea fundamental del Senado es la de recabar los impuestos y mantener el control administrativo en el interior. Esta reforma tuvo como consecuencia un sensible aumento en las recaudaciones.

Otro ámbito de las reformas de gobierno, estriba en la modificación de la estructura eclesiástica de la Iglesia Ortodoxa, que se incorpora parcialmente a la estructura administrativa del país, transformándola, en la práctica, en una herramienta burocrática del Estado.

En este sentido se abroga el patriarcado, es decir, la preeminencia de un obispo o patriarca sobre toda la estructura eclesial, y se le sustituye por un cuerpo de carácter colectivo, que se encarga de administrar la iglesia, el Sínodo Sagrado, que viene presidido por un funcionario laico designado por el zar.

Pedro erige, prácticamente de la nada, en unos terrenos pantanosos e insalubres, que ha conquistado a los suecos en 1703, la ciudad de San Petersburgo.

La fundación de la ciudad tiene el propósito de abrir una ventana del imperio ruso hacía Europa occidental para que sirva de observatorio de lo que allí acontece y, además, para fungir como una muestra tangible del poderío del nuevo imperio ante los pueblos y reinos de Europa occidental.

También, en el proceso de reformas elimina todos los vestigios del antiguo autogobierno local, y determina que el papel de la nobleza debe concentrarse en servir en el ejercito y en la nueva estructura administrativa de la nación, como delegados del poder imperial.

Para estos fines se adopta una Tabla de rangos que define mediante el establecimiento de una lista formal, las posiciones de la Corte imperial, las de carácter administrativo civil, los escalafones militares, los rangos de los funcionarios gubernamentales y del servicio judicial.

Esta innovación se trae de Dinamarca, y se pone en vigencia en 1722 –su operatividad se mantiene, con pocas modificaciones, hasta la revolución de 1917, cuando viene formalmente abolida.

Sin embargo, la persistencia durante casi dos siglos del ordenamiento burocrático de la nomenclatura de la Rusia imperial ha calado en el inconsciente colectivo del pueblo ruso, y la burocracia revolucionaria soviética retomará estos principios de clasificación burocrática al determinar las funciones del estado al momento de “organizar” la administración de la Rusia soviética.

La tabla de rangos determina la posición jerárquica y el estado de una persona según el escalafón que ocupa en su servicio al zar.

El esquema establece que las promociones se hacen de acuerdo al mérito de las personas, pero en realidad el instrumento se transforma en el medio adecuado para mantener el control sobre los pequeños burgueses de la ciudades y sobre la nobleza empobrecida.

La tabla se articula en catorce categorías, según la formación, las funciones, los honores y el reconocimiento debido a los individuos (funcionarios, militares, juristas, académicos, eclesiásticos...) por el escalafón que ocupan en ella.

Las cinco jerarquías supremas conceden a quienes las alcanzan la nobleza hereditaria, mientras que los rangos 6º, 7º y 8º conceden la nobleza vitalicia, y los restantes escalafones intermedios confieren derechos y privilegios nobiliarios mientras se ejerciere el cargo.

Según una modificación establecida en los años sesenta del siglo XIX -la única variación en el tiempo de su vigencia- en la administración se establece el ascenso por la vía de antigüedad en el cargo cada cuatro años al escalafón inmediatamente superior.

Pero en la práctica es muy difícil ascender a los rangos superiores sin contar con buenas relaciones familiares entre la clase nobiliaria o en la corte. Con el paso de los años los rangos superiores fueron acaparados por personas procedentes de la gran nobleza terrateniente, que representa el 0,6% de la población, que, de hecho, acaparan todos los altos cargos de la administración civil, de las fuerzas armadas, de la diplomacia y de la corte.

Además, las reformas de Pedro permiten que las mujeres puedan mostrarse con el rostro descubierto y que participen de la vida social. Se favorece, además, la instrucción pública y se crean los primeros institutos superiores, tales como la Escuela Politécnica y la Academia de Ciencias de San Petersburgo. Se estimula la impresión de textos y, en 1703, aparece el primer periódico ruso, que tiene por título: Noticias de acontecimientos militares y otros sucesos dignos de recordación.

El zar Pedro fallece en un momento inesperado, cuando se encontraba en la plenitud de sus fuerzas. Este acontecimiento repentino deja abierta la cuestión de la sucesión del trono, una problemática que proyectará sus sombras sobre el desarrollo del imperio por casi cien años.

Además, en razón de todas las transformaciones realizadas en tan poco tiempo, las reformas debían calar aún en el alma de los pobladores del reino. Por esta situación la sucesión de Pedro el Grande dejo muchas interrogantes abiertas que se proyectarían de manera sombría durante los siguientes doscientos años: ¿Cuál debe ser la actitud y el nivel de apertura de la Rusia atrasada con Occidente? ¿Cuál es la auténtica Rusia? ¿La de Pedro, o la anterior a sus reformas, o habría que buscar una nueva identidad creativamente, al intentar lograr una síntesis única entre los elementos de la antigua y la nueva Rusia? ¿Es una decisión atinada que el estado se imponga en el gobierno de la religión o debe ser lo contrario, que es la Iglesia la que debe de absorber en sí al estado en sí mismo?

Pedro cambió las reglas de sucesión del trono después de que exilió a su hijo, Alexis, que se opuso a las reformas de su padre y se presentó como figura emblemática de los grupos antirreformistas.

Una ley promulgada por Pedro I, deja la decisión de elegir al sucesor del zar en manos del emperador reinante, pero Pedro no llega a determinar, antes de su muerte en 1725, quien le debe suceder.

En las décadas que siguen a su desaparición, la ausencia de reglas sobre la sucesión dejó a la monarquía abierta a intrigas, rebeliones y golpes de Estado. En adelante, el factor determinante para obtener el trono es el de contar con el apoyo por la guardia élite del palacio en San Petersburgo.

© Luis O. Brea Franco
Crónicas del ser

Breve recuento histórico sobre los gobiernos de Rusia desde el zar Pedro I el Grande, a Alejandro I (1672-1801)


Breve recuento histórico sobre los gobiernos de Rusia desde el zar Pedro I el Grande, a Alejandro I (1672-1801)


I

El emperador Pedro I el Grande (1672-1725), viene considerado como el padre de la Rusia moderna y el restaurador del poder del régimen autocrático de los zares.

En efecto, es él quien impulsa las grandes transformaciones y reformas que cambian económica y socialmente la nación entre los siglos XVII y XVIII, y prepara el estado para afrontar el proceso de modernización que se ve venir con los nuevos tiempos, y que poco a poco se implanta en las más adelantadas naciones de Europa occidental.

Entre los grandes cambios que produce el zar Pedro I, se cuenta uno que es determinante y engloba a todos los demás: transformar el marco de referencia necesario para definir la nueva personalidad de la nación rusa.

La identidad de la nueva Rusia ha de confrontarse, en lo fundamental, como una nación fundamentalmente poderosa, como una potencia semejante a las grandes naciones de Europa Occidental, tanto en el orden militar, como en la economía y en lo productivo, en la educación, en lo cultural, en las instituciones religiosas y en el crecimiento poblacional.

La nueva nación reformada ha de hacerse sentir y temer al disponer de una flamante y vigorosa capacidad de imponer sus perspectivas, intereses e intenciones a sus vecinos.

Debe llegar a presentarse, también, entre las naciones de Europa, desde el despliegue de exuberante brío y una rozagante osadía de pueblo joven dirigido hacía objetivos concretos, realistas, que lo configuran como un nuevo centro de poderío y pujanza en el límite Este de Europa.

Todos los estados circunvecinos deben aprender a convivir con esta innovadora situación, pues la nueva potencia está dispuesta ha participar ahora plenamente, gracias a su genio joven y a su restablecida creatividad y fuerza, con renovado vigor y determinación en el concierto de las naciones de Europa, Medio Oriente y Asia.

El zar busca edificar un estado que logre desarrollarse y modernizarse, a través de la implantación y utilización de nuevas técnicas e instrumentos adecuados para ampliar el comercio e iniciar nuevas explotaciones agropecuarias e industriales; y se preocupa por disponer, para alcanzar estas metas, de seguras y cómodas vías de comunicación internas, un elemento de primaria significación al tratarse de un territorio tan dilatado en cuanto a sus dimensiones, marcado por el predominio, durante el mayor tiempo del año, tanto en la primavera, el otoño y el invierno, de crudas condiciones para hacer posible el despliegue de la vida humana.

Para ello, el emperador Pedro impulsa la navegación fluvial como principal medio de transporte, mediante la construcción de canales navegables que puedan comunicar entre sí los grandes ríos que nacen de la rica orografía que caracteriza el reino.

Desarrolla, además, una consistente flota mercante interna, y crea una flotilla de guerra que permita garantizar la integridad territorial y abra nuevas posibilidades para conquistar territorios estratégicos necesarios para garantizar su seguridad estratégica y garantizar las fuentes de abastecimientos de las materias primas necesarias para sostener la producción de bienes.

Para lograr plasmar la nueva visión del ser y del destino de Rusia, Pedro I estima que esta debe alcanzarse, aún a costa de recurrir a la violencia interna más agresiva, mediante la transformación radical de los valores anteriormente estimados como los tradicionales.

A partir de ahora, criterios como el de la religiosidad, la institucionalidad de la Iglesia rusa ortodoxa, el papel que asignan las costumbres heredadas a la nobleza, a las tradiciones de culturales y a las costumbres codificadas en el curso de los muchos siglos de vigencia del viejo reino de Moscovia, núcleo originario del imperio ruso, deberán cambiarse para dar paso y ampliar la visión de la nueva Rusia que vislumbra en sus sueños, Pedro el Grande.

En el momento en que accede a la autoridad suprema del país, Rusia es la nación más extendida del mundo. Sin embargo, su población no supera los quince millones de habitantes y la gran mayoría de estos son campesinos analfabetos que viven en extrema pobreza y en total degradación humana, sujetos a los terratenientes y al poder central por un modo de producción fundamentalmente esclavista, que viene encubierto mediante un paternalismo mitológico orientado en los principios fundamentales de la religiosidad ortodoxa griega.

El territorio bajo la autoridad nominal de los zares se extiende desde el mar Báltico hasta las costas del Océano Pacífico; empero, es un estado, que apenas puede considerarse con relación a las naciones de Europa occidental, donde las relaciones sociales se enmarcan en prácticas de producción, técnicas de labranza, de intercambio comercial y formas de relación económicas, sociales y culturales sumamente diferentes de los modos atrasados, arcaicos, elementales vigente en Rusia.

Gran admirador del progreso que la modernización tecnológica y el desarrollo de la riqueza produce en las naciones de Europa occidental gracias al vigoroso desarrollo del comercio y el establecimiento de colonias en todo el mundo a fin de proveerse de las materias primas para incrementar su producción doméstica de bienes de consumo y de inversión, Pedro decide realizar un viaje de observación y aprendizaje por tierras europeas (1697-1698), para formarse una visión personal de lo que acontece en aquellas naciones en esos tiempos y a la vez, intenta discernir cuáles de tales técnicas y desarrollos pueden trasplantarse a su reino, a fin de comenzar un acelerado proceso de transformación y adelanto cultural mediante la ejecución de un vasto programa de modernización de la vida y de las costumbres atrasadas vigente en su imperio.

© Luis O. Brea Franco
Crónicas del ser