sábado, 10 de abril de 2010


Crónicas del ser

La formación del nihilista Rachmetov



Rachmetov -el nihilista de Chernishevski en su novela ¿Qué hacer?- es de sangre tártara y desciende de una “familia numerosa, influyente y aristocrática por vía de la madre”. En la literatura rusa, esta particularidad respecto al origen es signo de un carácter enérgico, voluntarioso, severo, distante del talante bonachón y despreocupado de los rusos. También, en su vocación original, indica un sentido de extrañamiento respecto al pueblo.

Chernishevski describe detalladamente el proceso de formación del líder paradigmático de la revolución rusa por venir: A los quince años se separa de sus padres. El padre es brutal y la madre delicada y resignada resiste por los hijos la crueldad paterna. En su adolescencia el nihilista era “un joven alto y bien proporcionado, pero no un Hércules”. Es desde el momento que abandona el hogar cuando decide reeducar su cuerpo para transformarlo en un organismo de acero. Como acontece con todo lo que emprende, se dedica a alcanzar este objetivo con gran decisión y con la reconcentrada intensidad de que capaz su ánimo osado.

Rachmetov se dedica primero a aprender diversos oficios manuales, como en el mito griego Hércules, según necesite fortalecer determinados músculos. Se alimenta sólo con lo que vigoriza el cuerpo y le permite crear músculos firmes. Por ejemplo, ingiere sobre todo grandes porciones de carne casi cruda. En poco más de dos años el ejercicio asiduo y la persistencia en su resolución lo convierte en un hombre musculoso y extraordinariamente fuerte, se convierte en un hercúleo gigante.

Terminada esa etapa, lo encontramos en San Petersburgo como estudiante inscrito en la Facultad de Ciencias Naturales. Al terminar el segundo año de la carrera regresa a la estancia de la familia, donde rompe con los hermanos que llevan una forma de vida parasita, típica de su estamento social, y a los veinte y dos años sale a vagabundear por toda Rusia. Después de miles de pequeñas aventuras regresa a la capital y se inscribe en la facultad de Filología.

Es cuando conoce al doctor Kirsanov, quien le sirve de instructor iluminado que hace despertar en él su autoconciencia: “Kirsanov será lo que Lopuchov ha sido para Vera, su iniciador, el introductor en una vida nueva”.

Su regeneración se constituye también como un acontecimiento de naturaleza intelectual. Adopta en esta fase principios que Chernishevski califica de “muy originales”. “«Nada de vino ni de mujeres»”. Esto a pesar de que el joven “tiene índole fogosa…”. Rachmetov reflexiona: “«¡Es así que se debe hacer! Queremos que los seres humanos sean colmos de bienestar y libres; entonces, debemos demostrar con nuestra vida, que eso lo queremos no por egoísmo, que no nos mueve el deseo de satisfacer nuestras pasiones, sino que trabajamos por el hombre en general, que luchamos por principios, por convencimiento, por una llamada del deber»”.

En armonía con tales fundamentos, Rachmetov lleva una vida frugal en extremo. Se alimenta de carne para mantener sus fuerzas, mas también ingiere pan del más corriente, pero excluye el azúcar y las frutas, pues las considera superfluas. “«Todo lo que está fuera del alcance de las clases pobres, no me está permitido tocarlo: para entender la vida hay que vivirla»”. Tiene un sólo remordimiento de conciencia, y este es el que no se ha podido deshacerse del humo, del tabaco.

En cuanto a la planificación y a la utilización del tiempo, se impone en esto la misma rigurosa disciplina; considera que al tener múltiples ocupaciones diferentes, el cambiar de una a otra le sirve de relajamiento y descanso mental.

Durante los primeros tiempos de su “renacimiento” –como lo llama el autor-, dedicaba todo el tiempo a leer, pero “cuando le parece que ha conquistado una serie coherente de principios indiscutiblemente justos –esto es, cuando accede al plano de la ideología [LOBF]- coloca la lectura en un segundo plano y no vuelve a dedicar a los libros que muy breves retazos de tiempo, muy de vez en cuando”.

Rachmetov -al igual que su creador, Chernishevski- sostiene que habría que tirar a la basura lo esencial de la cultura histórica y contemporánea. Esto lo asume plenamente el discípulo aventajado, y comenta así: “«Los especialistas que profesan las concepciones de la ciencia actual encuentran que en los libros de aquellos señores mencionados por todos –es decir, los de los grandes escritores pregonadores de las ideas liberales del momento- hay verdaderamente muy pocos destellos de sabiduría que recoger, y el leerlos constituye una gran pérdida de tiempo, con el único resultado de atiborrar el cerebro con temas que no son de algún provecho al desarrollo de la humanidad. Lo mismo puede decirse de casi todas las teorías en las ciencias morales. El desprecio que sienten esas doctrinas por el principio antropológico –léase, por el principio esencial del materialismo monista que esgrime Chernishevski- las priva de cualquier mérito»”.

Este es el parámetro básico que guía, en sus lecturas, al nihilista ideal en la novela: “En cada materia no son numerosas las obras fundamentales; las demás no hacen sino repetir, difuminar, estropear lo expuesto más plena y claramente en aquellas pocas obras fundamentales. Por lo tanto, sólo éstas hay obligación de leerlas. Cualquier otra lectura es inútil pérdida de tiempo”. El método que emplea Rachmetov para clasificar los textos que se presentan para su posible lectura es establecer un criterio que sirva para discernir lo verdadero de lo falso –el bien del mal- con un discernimiento infalible. Un razonamiento que es típico de un sistema de pensamiento dominado por un dogma o por una ideología.

Pero, ¿qué libros o autores lee Rachmetov? Fundamentalmente, a Ludwig Feuerbach (1804-1872) en el campo de la filosofía, y las obras de la trilogía de los pensadores materialistas a que me he referido anteriormente: las del médico alemán, Friedrich Ludwig Büchner (1824–1899), las del fisiólogo holandés, Jacob Moleschott (1822-1893) y las del zoólogo, geólogo y fisiólogo suizo, Karl Vogt (1817-1895).

La vía de la reeducación revolucionaria se construye mediante la práctica de una ascesis estricta, casi penitencial, que está llamada a templar la voluntad para volverla insensible al dolor físico y desapegarla de los hábitos adquiridos en la infancia y la juventud mediante la educación formal o los contactos que se puedan haber tenido con las clases aristocráticas y burguesas.

El nihilista es fruto de su propio esfuerzo y de un prolongado proceso metódico y doloroso de reeducación de un ser humano de orígenes aristocráticas para transformarse en un ser diferente de los demás, listo para emprender el papel líder en la lucha por la liberación del pueblo ruso.

© Luis O. Brea Franco

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