sábado, 25 de junio de 2011
Danzando sobre el abismo, Luis Brea Franco y el problema de la modernidad
Danzando sobre el abismo, Luis Brea Franco y el problema de la modernidad
MIGUEL ÁNGEL FORNERÍN
By mediaIslaPublished: June 25, 2011
Glosas golosas
MIGUEL ÁNGEL FORNERÍN | Ante tanto ruido y menesterosidad de la cultura del homenaje y la lisonja, de un trujillismo del otro que enmascara al Trujillo propio, a su propia presencia signica, en las prácticas y los discursos, ¿de qué vale, me pregunto, un filósofo, un historiador del pensamiento?
Pocas veces encontramos en nuestro medio un libro de ensayo cual La modernidad como problema de Luis Brea Franco; pocas veces nos encontramos con un pensador en nuestro medio. La ciudad y la cultura ruidosas, parecen ser pasto para otras perversidades, menos la del pensamiento. Entre el ruido y la prisa, marcha el dominicano folklórico entre dos tiempos: la acronía de su existencia. Entre la oscuridad busca las luces de la modernización. Se le ve agitado, en un tiempo nuevo que dialoga con el viejo. Jadeante antes la modernidad recién cosida. La urbe de cemento, de elevados y trenes, dejan las cicatrices de un proyecto liberal inconcluso. Y entonces, vale la pena asumir el presente o refugiarse en el pasado. Ante tanto ruido y menesterosidad de la cultura del homenaje y la lisonja, de un trujillismo del otro que enmascara al Trujillo propio, a su propia presencia signica, en las prácticas y los discursos, ¿de qué vale, me pregunto, un filósofo, un historiador del pensamiento?
Esto pensé cuando tuve en mis manos el libro de Luis Brea Franco que refiero. Desde hace un buen tiempo lo quise leer. Pero no hay editoriales ni distribución formal del libro. Cuando lo leí, hice pequeñas notas para volver sobre los aspectos que me parecían sobresalientes. Tal vez para glosarlo y continuar con el autor el otro viaje, ese que se hace de regreso a las notas, a las sorpresas, a las coincidencias, que vamos encontrando y sintiendo al pasar cada página. Un libro excelente no está sólo en la belleza de su forma (en el aroma de la tinta y el aglutinante del papel, en la belleza de la tipografía). Estos aspectos externos a la obra son la modernidad misma de la impresión y del objeto de Gutenberg.
Lo importante de un libro es lo que contiene. El calmado rumor del maestro que lo cincela. El caer de las palabras como gotas de lluvia del alero del espíritu. Es el viaje imaginario a que invita, el festín donde se encuentran los sabios. El fuego que se les roba a los dioses, para aristócratas, partisanos y plebeyos o para negros libertos. Nunca ha dejado la buena lectura de ser enriquecedora; es ella la que relativiza el oro, el poderoso caballero quevedesco, que a tantos lances invita.
Yo, más bien conmovido por los espacios del viaje, recorro las ideas entre líneas; rompo lanza y muestro con desnudez el entusiasmo. Entonces, vuelvo a Gadamer para ver el arte y la cultura, no como espectáculo, performance pasajero, en el que el tiempo borra las improntas que recuperarían la memoria, sino como fiesta. El banquete platónico como festín de las ideas. Pocos libros. Repito, he leído en los últimos tiempos en que se ensaye una idea y se esculpa un pensamiento, una perplejidad, una cavilación profunda, que instaure lo nuevo en nuestro medio. Y el dominicano jadeante de modernización, nos permite abrir un horizonte, para escuchar su latido. Pero no desde él, sino visto desde el universo.
Y este aspecto es sumamente importante. Los que estamos acostumbrados a ver el problema en su cotidiana manifestación, en la cercanía, procedemos de forma distinta al método filosófico que busca la explicación de los asuntos en lo general. Porque el libro, cabe advertir, de Brea Franco no es un tratado sobre la modernidad, pero lo que dice del hombre universal nos concierte, como aquellos tanteos de definirnos.
A continuación glosaré algunas ideas que definen el itinerario y las preocupaciones de este pensador dominicano.
II
Llama mi atención el historicismo como visión del mundo que alimenta sus indagaciones y afianza su pensamiento. La modernidad salida de las trasformaciones del siglo de las luces; de la actuación del sujeto en su tránsito de siervo a la construcción de una ciudadanía capaz de pensar y transformar, a través de la lucha social, las viejas estructuras de poder. Es decir, la acción social del hombre para cambiar el error por la verdad. Una verdad acompañada de un racionalismo que centró el pensamiento occidental en una visión cientificista. Dejando atrás la religiosidad y espiritualidad como falsas creencias, pero desarraigando el ser. Esta es la preocupación cardinal del autor.
III
El desarraigo del hombre desde su propia visión, como el cambio de un mundo simbólico al mundo instrumental de la modernidad. El trabajado por el autor al definir la identidad como co-pertenencia. Noción importante porque en la modernidad este aspecto ha cambiado hacia la pertenencia, de ahí que el Otro se invisibiliza, el ciudadano es privado y privativo. Nada que no vaya unido a su deseo de poder lo integra a su entorno. De ahí que sea tan difícil co-pertenecer, es decir vivir con el otro. Brea Franco sabe muy bien que el sistema desecha aquellas cosas que no les ve valor, de ahí el problema entre identidad y diversidad. La política de la modernidad al reducir el ser a verdad, es llevarla a la mismidad, en donde lo diferente es despreciado. El valor se encuentra entonces en la unidad. Pero la identidad, como nos enseña Paul Ricoeur, no es una igualdad, sino una alteridad donde lo diverso coexiste y comparte sus diferencias.
IV
Interesante es que la modernidad en esta obra es vista desde su propia metodología. La historia como historia de las ideas. Las ideas como un producto de los hombres en su lucha por construir el mundo de la verdad. La filosofía, el pensamiento occidental que las luces crearon con Kant, Hegel, Marx, y Nietzsche. De ahí que el texto de Brea Franco sea también historia de la cultura, historia del pensamiento y movimiento de la historia del hombre en busca de la libertad. La crítica de la modernidad se da desde la modernidad y no encuentra, a mi manera de ver, otro camino que el moderno. El proyecto de la modernidad no ha terminado. Lo que es esencial resulta recuperar la mirada, volver a la raíces, de la espiritualidad, del mundo simbólico original, de la visión ordenada del mundo griego, para Brea Franco.
V
Otro elemento tan moderno, tan orteguiano, es encontrar el sentido de la cultura y el pensamiento en las representaciones simbólicas. A la vez que lee y analiza el pensamiento de occidente en la creación de la modernidad y de sus luces, Brea Franco busca en la novelística la exposición de ideas, la construcción de personajes que conforman la manera de representar la lucha del hombre europeo en su deseo de cambiar su mundo. Pasa de Max Stirner a Dostoievski y de éste a Nietzsche. Lo cual pone en juego un delicado trabajo hermenéutico, que pone a prueba la teoría del arte y del lenguaje del autor.
VI
La genealogía filosófica que hace entre el autor de El único y su propiedad es sumamente importante para ver el decurso del pensamiento de la sospecha, del existencialismo, de la crítica profunda a la modernidad que busca recuperar la identidad del sujeto perdida entre las luces. De Stirner, Dostoievski, Nietzsche, Kierkegaard, Sartre y Ciorán (y por supuesto Unamuno), nos alumbra en el viaje del cuestionamiento de las grandes ideas que fundan el pensamiento occidental. Puro magisterio es el de aquel que sintetiza y elabora tablas de valores, como decía Pedro Henríquez Ureña.
VII
Es capital para entender el problema de la modernidad, como el deseo de poder ha hecho que los estados nacionales dominen el espacio y conviertan al mundo en un solo sentido, en una sola verdad que intenta oponerse y donde no hay alternativa. El hombre danza sobre el abismo de su propia creación: “En esta modernidad ha perdido sentido el pensar sobre el suelo, sobre la propia tierra y las propias raíces; existimos atenaceados en una angustia anónima y difusa que estalla en aburrimiento y en brotes de violencia ciega, en terrorismo.”
VIII
Hay en la modernidad una pérdida del sentido, una pérdida de su propia metafísica. Encontrarlo es para el autor regresar al mundo de un orden, en el que se identifican la tierra, la naturaleza, el espíritu como co-pertenencia. El mundo griego como finalidad del bien. El bien como realización humana, como anhelo del mundo. La recuperación del sujeto está para Luis Brea Franco en un orden. No sé si podríamos pensar en un caos, distinto, en la medida en que el mundo griego podría ser una manera de entenderlo desde el pensamiento. Pero, me pregunto, ¿era la práctica igual al discurso?
IX
La metáfora que mejor define la condición humana en la modernidad es la de una danza inconsciente al borde del abismo. El hombre —entre ciudadano y consumidor— baila sin saberlo, inconsciente, expatriado de sí mismo en un despeñadero. El mundo no tiene sentido. Hemos troncado el sentido primigenio —la tradición y la metafísica, para Brea Franco—; el mundo simbólico para Ernest Cassire, Alain Touraine y Gianni Vattimo… en números y objetos. Estamos ahí danzando en el abismo. Como diría Ortega, somos náufragos entre las cosas.
X
El problema capital de este pensamiento, que tiene grandes logros cuando describe el problema, es de contestar la pregunta de Lenin: ¿qué hacer? Una pregunta fundamental en la medida en que integra la reflexión y la acción. Todo problema y su planteamiento no es más que una forma de dirigirnos a su solución. En la vida social solamente la acción humana podría cambiar el curso de la Historia. Ese es el historicismo. Ese es el legado de la modernidad como pensamiento y razón.
XI
El hacer no puede venir sin una nueva mirada. Sin una nueva visión de mundo. No está equivocado nuestro filósofo cuando señala que esa nueva forma es creativa; yo agregaría imaginativa. Sin olvidar la tradición y el pasado. Sin hacerle pleitesía a lo nuevo en una orgía de modernidad en la que se exagera el precepto bodeleriano: Il faut être moderne. Tal vez el imperativo categórico sería: es imperioso ser creativo. De igual manera pensaba José Martí. Pero a más de un siglo, no le hemos escuchado. Vivimos en el ruido de una falsa postmodernidad, de la era de la información, que troca el sentido en dato y el valor en una gradación.
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