domingo, 11 de julio de 2010

El futuro de la teoría de la crítica de Chernishevsky en el Estado soviético




Hemos visto que lo esencial del arte, para Chernishevski como crítico, consiste en su capacidad de revelar en su fondo significativo, un contenido, un mensaje liberador, que permitiría a las clases subyugadas y a las nuevas generaciones descubrir la actitud que deberían asumir para superar los errores de perspectivas, las limitaciones, las distorciones o las falsedades históricas, con respecto a la verdad de la vida, del ser, que es el contenido que procuran ocultar las clases opresoras para producir un desvío de la mirada de las autenticas causa de la opresión del hombre por el hombre.

El papel de la obra de arte consiste, para el teórico ruso, en revelar la verdad del ser, y en consecuencia, introducir la revelación del contenido liberador en el contexto social.

La tarea del crítico consistiría en desmigajar y explicitar el contenido, sin dejarse desviar por la dimensión formal presente en la obra, pues es en ese fondo o contenido es donde se expresa en la obra lo ideológico o lo sustancial de ésta.

La temática que el creador pretende mostrar en su obra es lo que constituye el “mensaje”, el elemento didáctico que el artista está llamado manifestar de una manera inmediata, intuitiva, pero envuelta siempre en un ropaje simbólico.

Por esta razón, porque al artista la verdad se le presenta encubierta muchas veces en un nivel inconsciente y, además, porque manifiesta el significado de la obra mediante el uso de símbolos y metáforas que son los elementos que utiliza o crea el artista, la lectura correcta o la interpretación de una obra de arte puede ser ambigua, polivalente, abierta o, en apariencia, contradictoria en sí misma, ya que casi toda obra se ofrece al público que la enfrenta como un enigma a resolver.

Por esto es que socialmente se hace necesaria la figura del crítico, quien al conocer a fondo el pensamiento y la capacidad metafórica del artista, así como la historia del arte en general y los recursos técnicos con que cuenta el creador en un determinado momento histórico, posibilita que la obra pueda venir descodificada mostrando así, a la gran masa, sus valencias, sus alcances y la dirección hacia a la que apunta su posible significado.

De esta manera la obra de arte se podrá leer como un libro abierto del que conoceremos todas sus interioridades y de tal modo se podrá insertar su mensaje en la cadena de referentes que viene a constituir la constelación semiótica que permitirá juzgarla en un sentido positivo o negativo, de acuerdo a cómo el elemento ideológico contribuiría a formar en el receptor una idea o una imagen positiva, sobre el sentido de la vida humana o venga a reforzar la comprensión de los valores y posibilidades de la dignidad humana.

Empero, al enfocarse de esta manera la posibilidad de descodificar el sentido de la obra de arte, y al entregase al crítico profesional o ideológicamente comprometido todo el poder para descodificar y revelar el significado de las grandes obras de arte, se viene a crear, entonces, una especie de nueva clase sacerdotal -una élite cerrada- que constituiría el único estamento adecuado, dotado de los instrumentos y del conocimiento de interpretar la “verdad” del arte en exclusiva.

Al plantear este modo de situarse ante una obra de arte, esta no vendrá a ser juzgada como tal, según su estructuración interna, sino que ésta será disecada, diseccionada en sus partes, desmontada en sus elementos, para luego seleccionar entre estos, aquello que se vendría a considerar como los elementos que constituirían la pulpa, el néctar de la misma, dejando de lado todo lo demás como puro desecho, como basura formalista. De esta manera lo que en realidad sucede es la negación total de la obra como elemento único, absoluto, irrepetible e incomparable.

Este ejercicio en apariencia inocente, historicamente, vendrá a sentar las bases para que la ideología soviética, sesenta años después, juzgue y valore la propiedad o menos de una obra de arte en función a cómo respondería con los objetivos puntuales de la lucha de clases y los propositos propagandísticos esgrimidos por el Estado en un momento histórico del desarrollo de la sociedad de que emergue la obra como sintesis de su contenido ideológico.

Así, basados en las ideas estéticas elaboradas por Chernishevski se construirá, en tiempos de Stalin, la definición de las características del arte soviético ideal a través de la articulación de la noción del “realismo socialista”.

Aún a comienzos del siglo XX, el partido bolchevique encabezado por Lenin, partiendo de las reflexiones de Chernishevski, en la primera etapa de la construcción de la ideología leninista había determinado que la cultura no podía ser otra cosa que un instrumento de la lucha ideológica, específicamente, un instrumento de la política y la propaganda revolucionaria.

En 1922, cuando el régimen revolucionario corría grande peligro de supervivencia, León Trotsky había propuesto al Politburo, que el partido se abriera y fuera comprensivo con las creaciones de los jóvenes escritores, artistas y poetas, y que adoptara frente a ellos y a sus creaciones, una actitud “atenta, cauta y dulce” de modo que no perdieran el entusiasmo por la revolución.

Stalin, en aquel momento una figura de segundo plano dentro de las estructuras de poder sovieticas, sostuvo la propuesta de Trotsky e insistió que el Estado debía ayudarles con “el sustento material hasta llegar a concederles subsidios para incentivar la creación”. Pero para Stalin ésta era una posición puramente coyuntural, dictada por necesidades tácticas.

Tres años después de este debate sobre el sentido que debía asumir el arte en el contexto de la creación de un estado revolucionario, se pondría en ejecución la que fue la política más liberal asumida por el régimen soviético en toda su historia.

En la resolución que le dio forma a esta toma de decisión se sostiene que la cultura debe gozar de plena libertad basada en “la libre competencia de las varias corrientes y grupos culturales”, y se condena todo intento de “injerencia administrativa basada en el diletantismo y en la incompetencia literaria en el orden de la creación”.

Sin embargo, pasada la situación de emergencia vivida durante la guerra civil y el hundimiento de la producción campesina, Stalin vuelve a la carga estableciendo una normativa que definía los términos de cómo debía caracterizarse el arte en la naciente Unión Soviética y sobre cuál habría de ser su función frente al todo de la sociedad.

Este marco se conoce históricamente como la definición del llamado “realismo socialista”. Stalin se acogió a esta fórmula por tres razones fundamentales. La primera, era una normativa que se definía con suma concisión por medio de dos palabras. La segunda, era que consideraba que la expresión era clara y dejaba comprender fácilmente cuál era la dirección a seguir. Y la tercera causa de su adopción fue que se establecía una clara relación histórica con la gran literatura de Dostoievski, Tolstoi y Chekov, que vienen clasificados en la historia de la literatura rusa como “realistas críticos”.

A partir de los años treinta del siglo XX, la nueva política cultural que se pone en práctica da cuerpo y realidad al famoso aforismo del gran poeta, Ósip Mandelstam, muerto en un lager en la postrimería de la década de los treinta, testimoniando con su propia existencia la verdad de su aforismo, que dice: “La poesía es estimada sobremanera entre nosotros: por ella se asesina”.

El realismo socialista condena todo estilo formalista. La obra de arte socialista debe de ser simple, sin complicaciones inútiles, sin falsos oropeles, y de fácil comprensión para todos, con un mensaje positivo que eduque al pueblo y lo involucre de manera entusiasta “en la titánica tarea de construir el comunismo”.

Desde ese momento, desde 1936 en adelante, los pecados “estéticos” serán equivalentes, en la URSS, a los pecados políticos. Stalin escribe que “ahora los juegos cerebrales en el arte pueden terminar mal”.

La cultura se torna en un instrumento para educar y dirigir el pueblo hacía los objetivos fundamentales del partido. Es el arnés que utiliza el partido para “alfabetizar culturalmente” a la nación. Desde ese momento ser creador en la Unión Soviética se transforma en una profesión de altísimo riesgo físico y espiritual.

© Luis O. Brea Franco - Crónicas del ser

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