sábado, 10 de julio de 2010

Prólogo al libro “Reflexiones sobre la vida y la muerte” de Natacha Sánchez




¿Para qué escribir? ¿Por qué escribir? Estas no son preguntas tontas, inocentes ni intempestivas. Hoy muchos quieren ser, o más bien pasar, como escritores e intelectuales.

Hay en nuestra época muchas gentes que se consideran a sí mismas como personas de acción. Sin embargo, ansían mostrar que saben bregar con ideas, que tienen gran capacidad para discernir, que son discretas para manejar conceptos abstrusos y competentes para mostrar, a través del despliegue de complejos procesos analíticos, un uso perfecto de la sindéresis.

La mayor ilusión de estas personas consiste en poder decir y presumir que son autores y que han escrito uno o más libros.

La vanidad impera indiscutiblemente en ésta época marcada por la imagen, en la que domina el tedio, la simulación, la vacuidad y la ignorancia.

Talleyrand, hombre corcho de finales del siglo XVIII e inicios del XIX, señalaba para recalcar el poderío que adquiere la vanidad como pasión característica de la Ilustración -origen de la modernidad-, que por su causa se había producido la Revolución francesa.

Benjamín Constant, uno de los padres del liberalismo, observaba alrededor de 1830, que la manía de casi todos los hombres es mostrarse mucho más allá de lo que son.

En efecto, muchos comunicadores y escritores, semejantes a pavos reales, en sus creaciones, se entregan en cuerpo y alma a ilustrar y defender lo que juzgan son los auténticos valores del pueblo o de la civilización, de la moralidad pública, de la libertad o el decoro. Actúan y se expresan cómo si fueran sabios o semidioses certificados por la luz divina, y no como simples opinantes que dan razón de una perspectiva específica del mundo entre muchas otras posibles, que versan sobre creencias particulares; es decir, las propias de quien habla...

Lo que de verdad acontece es que tales sujetos se ceban en el caldo de su peor soberbia al querer mostrarse ante el lector al asumir el papel de beneméritos, de sabios hombres de Estado serenos e impolutos o como predicadores desde la pluma de una nueva revelación de lo verdadero.

Así pretenden señalar, tanto a gobernantes como a gobernados, lo que les conviene plantear, hacer u omitir para la salvación de los valores esenciales de la convivencia pacífica, la ética, el ordenamiento social y la libertad del individuo.

Sin embargo, ya en el siglo XIX, destacaba al respecto Constant, que ésta actitud revela, generalmente, una gravísima discordancia entre lo que se dice y lo que realmente se es: esto se debe a que la vanidad les enceguece. Esta es la causa de que encontremos en tales sujetos, una visión de la realidad absurda e incoherente que muestra la distorsión del juicio que padecen, que les obliga a la difamación y al insulto; a manifestar de cualquier manera el rencor que los subyuga y los vence.

Es la vanidad la que los pone a pregonar, atrincherados desde su mesa de trabajo donde se sienten como la personificación de la fuerza que preside el cosmos, como los encargados por gracia de Dios de los más altos poderes del Estado o como jueces absolutos de la moralidad ciudadana o como portavoces supremos de la verdad.

Semejante envanecimiento les hace sentirse y actuar como si fueran los dueños del universo y los más sabios connotados de la humanidad, cuando en realidad son puros idiotas morales.

En nuestro tiempo y país, no podemos dudarlo, hay multitudes que escriben por vanidad. Sin embargo, hay todavía algunos que escriben desde el propio corazón, no para intentar iluminar a otros, sino para desenredar la madeja del propio ser y clarificarse sobre cuál podría ser el sentido de nuestro estar en el mundo y de nuestro destino.

Siempre me ha parecido que la alternativa que constantemente tenemos que resolver los seres humanos en cuanto dotados de capacidad de reflexión y de sensibilidad ética, consiste en contraponer al posible comportamiento vanidoso la modalidad de conducirnos en nuestra existencia con vista a cumplir con una vida auténtica.

La vanidad hace que el ser humano menosprecie todo lo que encuentra en el mundo que no le pertenezca o no dependa de él. En este sentido, esta destructiva pasión es madre de la envidia.

La teología cristiana considera desde la antigüedad a la fatuidad, a la vanidad, como el vicio por excelencia. La vanagloria viene a ser para el cristiano el origen de todos los pecados capitales.

Nietzsche estimaba la vanidad como la ilusión humana más común y corruptora, pues conduce al hombre a considerarse como si fuera individuo absolutamente, cuando la realidad de las cosas es que nada existe aislado, pues siempre nos encontramos en relación con algo otro, situados en un mundo ambiente e histórico, en relación con otros seres humanos, con utensilios, cosas y saberes, que condicionan, dificultan o facilitan en todo momento nuestra existencia para bien y para mal.

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Uno de los más significativos y graves trances en que puede colocarnos la vida es la pérdida de un ser querido, con la consecuente devastación moral y física que causa en nosotros la desaparición de alguien que contábamos tener como compañero de viaje en la existencia, durante un largo trecho, ya fuera en el contexto de un posible proyecto de vida en común o de una armónica convivencia marcada por la cercanía y el aprecio mutuo.

En semejantes momentos, cuando experimentamos tales situaciones límites descubrimos que, al mismo tiempo, y además de que somos seres en relación que nos movemos abstraídos en un océano de vínculos mediante los cuales se teje y enreda nuestro mundo, también nos sale al encuentro, dialécticamente, la percepción de nuestra propia, indelegable individualidad.

En esta disposición, a veces desgarrante, se nos manifiesta que podemos sentirnos vencidos en una atmósfera de profunda soledad, a pesar de convivir y relacionarnos significativamente en muchos niveles con las personas y cosas que configuran nuestro ámbito vital.

Cuando la muerte sacude dolorosamente la más profunda fibra de nuestro ser y nos impone una situación brutal desasosegante, para poder salir incólumes de ella, debemos reconcentrar las propias energías, sacar fuerzas de las regiones más profundas, desde las raíces de nuestro ser.

La muerte siempre es terrible. Sea que nos acerquemos al momento decisivo de nuestra propia muerte, momento único sobre el cual un gran poeta italiano del siglo pasado, Cesare Pavese, alcanza a decir cuánto es posible expresar al respecto:

Vendrá la muerte y tendrá tus ojos /
esta muerte que nos acompaña /
desde la mañana a la noche, insomne /
sorda como un viejo remordimiento /
o como un vicio absurdo. Tus ojos /
serán una vana palabra, /
un grito callado, un silencio.

Verrá la morte e avrá i tuoi occhi /
questa morte che ci acompagna /
dal mattino alla sera, insonne /
sorda, come un vecchio rimorso /
o un vizio assurdo. I tuoi occhi /
saranno una vana parola, /
un grito taciuto, un silencio.

Poema de Cesare Pavese. Versión LOBF.



O sea, por otro lado, que suframos y tengamos que asumir la orfandad en que nos coloca la partida sempiterna de un ser entrañablemente querido y admirado por nosotros.

Otro gran poeta italiano, el siciliano Salvatore Quasimodo, describe el lugar fundamental que ocupa la muerte cuando hay que alcanzar la intuición plena del sentido de la vida humana. Como un griego antiguo, Quasimodo describe la vida humana así:

Cada uno se encuentra solo en el corazón de la tierra /
penetrado por un rayo de sol /
y enseguida se hace noche.

Ed e’ súbito será: Ognuno sta solo sul cuor della terra /
trafitto da un raggio di sole :/
ed è subito sera


He traído el discurso hasta estos temas, pues el libro de la querida y admirada amiga Natacha Sánchez, se origina desde la vivencia de esta experiencia límite, situación que la dejó anonadada.

Natacha me lo relataba cómo lo transcribo a continuación:

El libro fue escrito inmediatamente después de la muerte de José Fran, mi esposo. En el periodo comprendido entre mayo y octubre del 1986.
Transcurrían las elecciones de ese año y Juan Bosch tenía que operarse de la vesícula. La cosa era de urgencia pero él no quería hacerlo porque no quería cesar la campaña y, además, tu sabes que en esa época, cualquier enfermedad que se le atribuía a algún político se tomaba como una objeción a la persona, pues los contendientes corrían la voz, enseguida, de que estaba enfermo de muerte con el objetivo de inhabilitarlo ante el electorado.

Pero la cosa no podía esperar y José Fran y yo le ofrecimos que se hospedara en nuestra casa durante la convalecencia de manera que desde allí podía seguir dirigiendo la campaña. Allí se traslado don Juan y doña Carmen después de la operación y todo el equipo médico, y detrás de él todo el PLD y los políticos que querían verlo y apoyarlo.

Era de locura pero ellos se sentían bien en mi casa. José Fran se había puesto muy grueso y don Juan le había pedido a sus médicos que le hicieran un chequeo completo, a ver si evitaban malas consecuencias. Estaba en medio de ese exámenes cuando le sorprendió la muerte mientras dormía, precisamente el fin de semana que don Juan se fue al Este, prosiguiendo la campaña política, adonde lo íbamos a seguir José Fran y yo, al día siguiente.

Imagínate la impresión mía, me levante más temprano para alistarme para el viaje hacia el Este, donde don Juan nos esperaba y cuando ya estaba casi lista comencé a llamar a José Fran para que se levantara y no me contestaba. Cuando al fin me decidí a encender la luz lo encontré con los primeros síntomas de rigor mortis. Había muerto, hacia pocas horas mientras dormía a mi lado y yo no me di cuenta. Siempre he pensado que él tampoco se dio cuenta de nada.

El caso es que esa muerte nos causo a todos una gran impresión comenzando por don Juan y doña Carmen.

Cuando se acercaba el tiempo de la última misa yo escribí un poema, que es el que está al principio del libro con la idea de imprimirlo en el recordatorio de la misa. A don Juan y doña Carmen les encanto y me exhortaron a que siguiera escribiendo porque, según decían, yo tenía vocación y capacidad.

Doña Carmen tenía su página en el diario El Nacional, titulada Suma para la Convivencia, y prácticamente me obligo a que escribiera un artículo cada semana para su página. Fue entonces que escribí la primera de las reflexiones.

Entonces me había dado cuenta de que tenía algo que decir y comencé a organizarme mentalmente para hacer algo que no fueran artículos dispersos, sino escritos que tuvieran cierta relación y coherencia entre ellos.

En esa época había leído, Les rêveries d’un promeneur solitaire (Las ensoñaciones de un caminante solitario ), de Jean-Jacques Rousseau. Decidí, entonces, escribir diez reflexiones sobre temas que tuvieran que ver con la existencia y nuestro destino, tema que había comenzado a aflorar en esos escritos.

Y así comenzó el proyecto. En unos pocos meses escribí las reflexiones que me había propuesto y surgió la idea de recopilarlas en un libro para obsequiarlo a los amigos, en las navidades de 1986, como un homenaje a José Fran.

Barbarita Bosch se ofreció a hacer los dibujos, que tenían la sencillez y el candor que el libro necesitaba para ser un homenaje de amor.
Don Juan lo presentó en un acto muy bello que se hizo en mi casa, adonde asistió todo el que fue amigo o compañero de luchas políticas de José Fran.

Esa es la historia de la obra que hoy presentamos, un tributo de amor de Natacha Sánchez a su compañero desaparecido. ¿Cómo describe la propia Natacha la figura de José Francisco Tapia Cunillera, su esposo muerto?

José Fran cayó preso en 1960, en el complot del 14 de junio. Estuvo preso hasta que lo indultaron en el período de las sanciones a Trujillo, pues el dictador quería dar, en ese momento, una demostración de magnanimidad y democracia, y libero a algunos de los presos.

Pero José Fran sabía bien que eso no iba a durar y se asilo en la Embajada de Argentina, que estaba muy bien vigilada porque ya estaban allí unos veinte exiliados. Su padre lo dejo a una esquina y ayudándose con unos disparos entró a la sede de la misión diplomática.

Llega a la Argentina junto a Valera Benítez, Sina Cabral, Luis Gómez, Hugo y Queyita Toyos y otros. Pero, al poco tiempo decidió irse para Brasil y allí llego sólo, el día que ganaba la presidencia de Brasil, Janio Quadros. Las calles estaban abarrotadas de gente festejando, hasta la madrugada cuando, desde el taxi en que viajaba, vio a uno de sus compañeros, Nabu Henríquez, el hijo de Gracita Díaz. ¡Una casualidad muy grande!

Gracias a este encuentro fortuito se junta con los exiliados que vivían en Río, quienes ya habían solicitado la visa para trasladarse a Venezuela, pero en esa época las visas solicitadas a Venezuela se tramitaban después al Departamento de Estado de EE.UU. para asegurarse de que no eran trujillistas en busca producir otro nuevo atentado, como el perpetrado contra Rómulo Betancourt, a la sazón presidente de ese país.

Al poco tiempo a los otros les llego su visa y se fueron. José Fran se quedo con un hermano de Queyita que permaneció acompañándolo. Juntos vendieron todo lo que tenían, incluso un acordeón que tocaba Pablito y se fueron atravesando la selva del Amazonas y Matogrosso.

Allí pasaron días y días, entre mil peligros y aventuras, hasta que llegaron a la frontera con Venezuela en donde los hicieron presos. Pero como Pablito tenía su visa lo mandaron en un avión a Caracas quedando encargado de hablar en Caracas por José Fran para que lo dejaran entrar. Pero aun así tenía que esperar un mes a que llegara el avión militar que iba solo una vez al mes a llevar provisiones a los guardias fronterizos. El avión lo dejo en Ciudad Bolívar y de allí se fue en bola y pidiendo ayuda hasta que llego a Caracas.

La historia posterior fue de entrenamientos en una selva, porque supuestamente Rómulo Betancourt los iba a ayudar en una expedición a nuestro país, para liberarlo de Trujillo. Pero todo era mentira y cayeron presos de nuevo. No voy a contarte todas las historias, que son muchas, pero el caso es que él llegó en el primer grupo de exiliados que vino al país después que murió Trujillo, cuando el PRD y el partido de Máximo López Molina estaban ya en el país.

Militó en el 14 de junio y combatió en la Revolución de abril. Nosotros nos conocimos en medio de ese proceso político que se dio después de la muerte de Trujillo ya que ambos participábamos en todos los mítines y demostraciones.

Siempre existió entre nosotros un gran compañerismo porque los ideales nos unían. Después de la revolución vivimos un año en México, en un exilio dorado como el de Caamaño y los demás constitucionalistas. Allí, con Marcio Veloz Maggiolo que era el embajador dominicano, y José Fran que era el primer secretario y el cónsul, siguieron denunciando la intervención norteamericana en nuestro país.

Al volver Balaguer al poder, regresamos al país pero siempre con la esperanza de tener un mejor país. Luego, sin olvidar nuestros ideales, decidimos comenzar el negocio de pozos y filtrantes en el que nos fue muy bien, y siempre continuamos apoyando a los compañeros económicamente.

José Fran era una persona que tenía un gran talento para ganar dinero, pero igualmente lo repartía o lo gastaba en ayudar a los demás. Por eso tanta gente le agradecía y lo quería.

En los últimos años y ya teniendo nuestra casa en donde podíamos recibir a mucha gente, ésta permanecía llena de amigos que llegaban a compartir con nosotros. Y en cierto modo nuestra casa se convirtió en un centro en donde se albergaban todas las ideologías. En un lugar de conciliación. Por eso a don Juan le gustaba mucho ir allá, porque se podía compartir con jóvenes de otros partidos, enterarse de lo que pensaban y tomarle el pulso a la sociedad pensante.

De José Fran se podrían contar muchas cosas y muchas anécdotas, pero creo que con esto que te he dicho te podrás hacer una idea de la persona: un hombre muy valiente, con un gran corazón, peleador, pero al mismo tiempo conciliador. Amigo de verdad. No era rencoroso. En fin, se podría decir que tenía una personalidad dialéctica, si cabe. Porque quien lo oía tronar cuando estaba furioso, no podía imaginar que al poco rato, esa misma persona estaba riendo a carcajadas, sin recordar la anterior contrariedad.

Ahora me pregunto, para acercarme a la conclusión: ¿Quién es Natacha Sánchez? Creo que es poco lo que hay que resaltar de ella, puesto que es una figura pública ejemplar de nuestro país. La obra trae un resumen escueto de las actividades que ha realizado y de algunos de los reconocimientos que ha obtenido.

Para mí, Natacha en los muchos años de una amistad coronada por el diálogo y el mutuo aprecio, es un ser humano excepcional. Es una mujer dulce, cariñosa, comprometida con sus amigos y abierta a hacer el bien a toda persona que le solicite una ayuda o una orientación. Es directa en sus intervenciones y realizaciones, actúa siempre sin doblez ni hipocresía, pero es respetuosa de la personalidad del otro.

Sus amigos sabemos que podemos contar con ella, sin importar la situación. Es sincera y alegre, pues tiene gran sentido del humor. Posee un gran corazón y una despierta inteligencia para captar el sentido de oportunidad con que deben realizarse las cosas de este mundo. Es una persona curiosa respecto al ámbito de la ciencia, en lo relativo a la creación artística y al saber filosófico.

Posee el don de la fortaleza, de la resistencia. Tiene gran dominio de sus fuerzas interiores, lo que le ha permitido sortear con serenidad todas las adversidades que la vida ha puesto en su camino.

Es una persona ilustrada, amante del alma de la cultura en todas sus manifestaciones. Es una trabajadora incansable, una persona creativa que posee espíritu de mecenas. La persistencia de su Tertulia es prueba de esto. Además, Natacha cuenta con la amistad y el aprecio de quienes tienen valor y trascendencia en la cultura dominicana y latinoamericana.

Es persistente en sus proyectos, lo que revela una voluntad de acero, y posee un sentido de optimismo que sabe que la mitad del éxito de una acción depende de la disposición a cumplir con el papel que le corresponde a la persona que guía el proyecto o la actividad.

En suma, mi experiencia desde su amistad, es que se trata de un gran ser humano, sensible, positivo, emprendedor, estimulante. Creo que todo el que la conoce sabe de lo que hablo.

Sobre el contenido de la obra, debo decir que es un libro hermoso, espontáneo, que revela una gran sabiduría de la vida y de cómo debe ser vivida.

El mensaje que se destila del libro es que se debe edificar la existencia desde una actitud que privilegie la vida auténtica, que siempre se manifiesta desde una experiencia de la vida concentrada en la vivencia de las propias convicciones; construir la propia vida como testimonio de los propios valores y criterios éticos. De lo que se trata es de mostrar en lo que se cree a través del ejemplo, que se constituye en la propia conducta cotidiana.

Así, la constatación de la autenticidad de una vida debe buscarse, no en las palabras que pueden ser retóricas y vacías de contenido, sino en los hechos, en los actos de una vida. Según clama el Evangelio: Por sus frutos los conoceréis.

La obra es un texto poético, realista, profundo, y a la vez todo se dice con sencillez, directamente, sin doblez, sin medios términos. Por ejemplo, cuando nos enseña que la clave del existir es aprender a mantenernos como niños, inocentes, espontáneos, abiertos a la posibilidad, dice: Así pues, el mayor triunfo del hombre es haber sido ‘niño. / Y como niño ser ingenuo y espontáneo. / Y como tal auténtico; como tal humano. / Y arrancar a la vida el canto de los pájaros, / el murmullo del agua, / el silbido del aire, / el crujir de las ramas… / Y correr por el viento como una hoja seca o viajar / por la lluvia como un arroyuelo y mudarse de ropa / como la mariposa. / Por eso, si quieres ser humano, sé auténtico: Vuelve a / ser niño.

Ésta es una forma de sabiduría que encontramos documentada en grandes pensadores de la modernidad, como por ejemplo Nietzsche, que en el Zarathustra describe las tres transformaciones del espíritu: Tres transformaciones del espíritu os menciono: cómo el espíritu se convierte en camello, y el camello en león, y el león, por fin en niño (...)... ¿Qué es capaz de hacer el niño que ni siquiera el león ha podido hacerlo? ¿Por qué el león rapaz tiene que convertirse todavía en niño? Inocencia es el niño, y olvido, un nuevo comienzo, un juego, una rueda que se mueve por sí misma, un primer movimiento, un santo decir sí […].

Igualmente, en Dostoievski, en una de sus obras más grandes y enigmáticas, El idiota, que el autor retrata como un personaje mesiánico, concebido como una vuelta al paradigma del hombre bueno, que es como el autor interpreta la personalidad de Jesús.

El problema que se plantea el autor es: ¿qué acontecería en Rusia, en la segunda mitad del siglo XIX, si llegara a aparecer en ese momento, cuando comienza a entronizarse brutalmente el capitalismo, un hombre bueno que actuase como un niño, ajeno al caleidoscopio de intereses y vanidades que fomenta la modernidad?

Para despejar semejante cuestión, Dostoievski crea el personaje del príncipe Mishkin que irradia sinceridad, compasión y humildad, y se convierte en un vivo ejemplo de la autenticidad de acuerdo con esas virtudes. Pero es derrotado finalmente, por los propios odios y deseos que despierta su actitud de niño inocente, frente a la maldad y la falsía del hombre real de aquel tiempo.
Concluyo, al resaltar el gran cariño que le manifestaron el profesor Bosch y doña Carmen a Natacha en un momento de dolor y desasosiego al desaparecer su amado esposo.

Estimo necesario destacar la gran sabiduría humana de ambos intelectuales, pues además de reconocer las dotes y posibilidades como escritora de Natacha, fue altamente curativo para ella, que les aconsejaran que se concentrara en realizar una tarea en la que pudiera proyectarse plenamente, propiciando con este empeño un doble resultado.

Primero que el duelo por la desaparición de José Fran fuese superado o por lo menos amortiguado mediante la creación de un regalo espiritual, de una obra que serviría a Natacha como redención del terrible momento que vivía, y, en otro aspecto, que esta obra, que con tanto empeño se dedicó a realizar se revelaría como un gran tributo de amor a su querido y admirado José Fran.

Luis O. Brea Franco
07 de julio de 2010

Publicado en "Reflexiones sobre la vida y la muerte" de Natacha Sánchez, Ed. Santuario, Santo Domingo, 2010, pp. 11 a 25.

© Luis O. Brea Franco - Crónicas del ser

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