domingo, 9 de mayo de 2010
El lugar de la mujer en la visión de Chernishevski
El lugar de la mujer en la visión de Chernishevski
El tema de los celos nos conduce a un núcleo doctrinario muy importante en la novela ¿Qué hacer? Se trata del lugar qué debe de ocupar la mujer en la nueva sociedad emancipada y cuál habría de ser su función en ésta.
Comienzo al subrayar que desde el inicio de la novela el tema señalado se presenta como un gran eje transversal que atraviesa toda la obra y está presente siempre actuando en primer o en segundo plano.
Sin embargo, es en el apartado sexto del capítulo titulado “Segundas nupcias”, donde aparece abiertamente el deseo de Vera de realizar el sueño de su vida, esto es, superar en la práctica: “esta disparidad vergonzosa e intolerable”, la disparidad entre la vida del hombre y la mujer en la sociedad de su tiempo.
Vera, en conversación con su nuevo marido, el doctor Kirsánov, comienza por señalar cómo ambos están al tanto de que el organismo de la mujer es superior al del varón, y señala que por esta razón el varón se verá arrinconado, relegado a un segundo lugar, también en el mundo intelectual, cuando se logre abatir el despotismo que se ejerce sobre la mujer.
No obstante, su marido le responde que ese es todavía un tema científico abierto y que aún no se han recogido suficientes evidencias como para dejar zanjado definitivamente semejante planteamiento.
Sin embargo, sostiene Vera, que si se demuestra que el organismo de la mujer es más resistente a los golpes materiales, entonces, también los golpes morales serán mejor soportados por la mujer. Empero, anota, aunque así fuere, por todas partes se nota lo contrario, es decir, el dominio de la mujer por el varón.
El doctor Kirsánov está de acuerdo con lo que Vera argumenta, e indica como causa de esta situación de minusvalía con que se califica a la mujer en todos los ámbitos de la sociedad rusa, se debe a que en este asunto “gobiernan los prejuicios, los malos hábitos, los falsos temores y la sugestión”, precisamente, también en las propias mujeres, que parecen convencidas de tanto escucharlo de que constituyen “el sexo débil”.
En este sentido ambos se muestran de acuerdo. Sin embargo, Vera señala que, además, hay otro motivo poderoso. Para entenderlo adecuadamente ella sugiere que se limiten en el tratamiento del problema a considerar sólo el fenómeno de su concreta relación. Mientras Vera aparece a su marido, después de una breve separación de dos semanas, pálida y enflaquecida; en Kirsánov tales signos aún a meses de una hipotética separación no aparecen.
¿A qué se debe esta diferente reacción ante los problemas? Sencillamente, dice el doctor, a que él debe ocuparse cotidianamente de sus menesteres como médico en un hospital en el que debe resolver múltiples casos y dolencias de sus enfermos. Específicamente, el médico acota: “¡Si hubiese dejado de trabajar me hubiese vuelto loco!”.
Ante semejante respuesta Vera reacciona con entusiasmo, “he aquí la diferencia que existe entre los sexos, -y agrega- se necesita tener una ocupación seria, constante; entonces, psicológicamente se permanece fuertes”.
Chernishevski concluye poniendo en boca de Vera que el objetivo de la mujer, para liberarse de todas trabas sociales que le impiden realizarse y superar los múltiples prejuicios que anidan en la sociedad y en el fuero interno de la propia mujer, “debe ser llegar a comprender y hacer entender al hombre que ella tiene una vida propia y que necesita desarrollarla mediante su realización en una ocupación social que para ella resulte significativa, importante. Una actividad mediante la cual pueda llegar a encontrar parte del sentido de su vida y que la proyecte con mayor poderío que las fuerzas de las propias pasiones”.
Vera comprende el camino que debe seguir, y le dice con suma determinación a su marido, “yo quiero ser igual que tú en todos los sentidos, de ahora en adelante, esa será mi meta, mi objetivo vital”.
La protagonista llega a cobrar conciencia de que debe desarrollar su propio ser, que debe esforzarse por hacerse con su propia personalidad, de acuerdo con lo que siente debe ser estimado como lo más importante para darle sentido a su vida.
El autor antes de cerrar el capítulo asume, al mismo tiempo, el papel de teórico y de práctico maestro de vida, para las nuevas parejas que se unan en el amor aceptando como propia la determinación de recomenzar una nueva forma de vida que pueda ser fructífera no sólo para las dos personas involucradas en la relación, sino que les permita producir, al mismo tiempo, un avance válido para toda la sociedad en su conjunto.
“Ante la flor de la pasión -señala Chernishevski- languidecía a los pocos meses; hoy hemos descubierto el secreto para mantenerla fresca y perfumada, un secreto admirable, del cual todos debemos aprender; sólo hay que tener pureza de corazón, nobleza de ánimo y respeto por el derecho del otro. Hay que tomar la decisión de mantener el mayor respeto, sincero e incondicionado, por la libertad de aquel ser especial al que amamos”. Este secreto -sostiene el autor- no tiene nada de arcano ni de milagroso. Simplemente, bastará que recordemos que ella tiene el derecho de decirnos: “estoy descontenta de ti, vete…, todo acaba aquí”.
El secreto para valorar en su justo lugar a la mujer consiste en “reconocer abiertamente su libertad sin restricciones o malos entendidos de ningún tipo. Habría que basar la relación al reconocer la libertad de cada uno de los participantes, tal como hacemos con nuestros más entrañables amigos. Así es como deberán vivir siempre el marido y la mujer pertenecientes a las nuevas generaciones.
Ahora en la nueva sociedad que ha de surgir de las cenizas de la actual, la mujer tendrá el reconocimiento pleno de que es igual al varón en todo, y podrá desarrollar la seguridad de que ya no será considerada como una “propiedad” del marido o del hombre en general.
La nueva virginidad de la mujer será anímica, se alojará en el corazón. Ahora la mujer amará a quien quiera, y dará sus besos sólo cuando esten inspirados por el afecto. En la nueva sociedad habrá de brillar, sobre todo, el significado de la palabra “igualdad”. “Sin la igualdad de derechos la poesía de los afectos será aviesa, la belleza se desflora y la pureza de corazón se espanta”.
© Luis O. Brea Franco - Crónicas del ser
09 mayo del 2010
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