miércoles, 16 de junio de 2010

Los fundamentos de la estética de Chernishevski




El aristocrático novelista Iván Turguéniev, que forma parte de los propietarios de la revista en que escribe Chernishevski, comenta, más adelante, en un artículo, el mismo acontecimiento -es decir, la presentación de la tesis académica para optar por el grado universitario- pero, entonces, se sirve de una metáfora bastante agresiva y desagradable, para describir el numeroso público que asiste a la discusión y acompaña al postulante, señala el autor de “Padres e hijos”, en efecto, que ese público desordenado y bullicioso, “descendió como moscas sobre una carroña”.

Esta imagen será la causa por la que, algunas semanas después, en una carta dirigida al noble novelista, Chernishevski le señalara que en sus artículos “se respira un persistente olor a carroña”.

Como reacción, Turguéniev escribe otro ensayo, donde dice que lo que buscaba, en ese momento, era salvar la revista “El contemporáneo”, de la que era accionista y codirector, y ratifica su juicio sobre la incapacidad de Chernishevski de comprender el objeto estético, la obra de arte y el acto estético de la creación: “Chernishevski me entristece por su aridez, por su gusto seco y arrugado, pero no le atribuyo nada cadavérico, al contrario, hay en él una vena vital, aunque no es ésta la que querríamos encontrar en la crítica. Además, comprende mal la poesía…”.

En verdad, el ámbito literario era el campo menos afín a las capacidades de Chernishevski, pero hubo de dirigir su interés y sus energías hacía éste, pues era el único territorio abierto a la crítica, y era, también, el único espacio en Rusia, en que estaba permitida cierta libertad de juicio.

En su trabajo sobre la estética, Chernishevski subraya que la belleza sólo es atribuible a la vida, “sólo la vida es bella”. Es la vida la que nos parece bella en sus manifestaciones buenas. Por ello, sólo se puede atribuir propiamente a lo existente el predicado de la belleza. Todo lo demás que decimos que es bello lo es, sólo por su relación con la vida.

Chernishevski cree, entonces, que el arte está en función o al servicio de la vida. Éste no tiene valor por sí mismo, sino para contribuir a aclarar las relaciones esenciales que se donan en la existencia. El arte viene a ser “anchilla”, sierva de la vida. Si existe, debe ser para mostrar lo que es pletórico en la existencia.

Si esto es así, razona, es un contrasentido hablar de “arte por el arte”, esto es, adscribir una gratuidad al acto creativo y una ausencia de sentido trascendente al objeto artístico, que obtendría su valía y significación del puro juego del artista con la materia, que busca transformar y resignificar mediante la forma.

Para Chernishevski el arte es un acto derivado y un juicio sobre la vida, pero de ninguna manera puede igualarse con ésta. “La obra de arte es semejante a la relación y significación de una ilustración con el cuadro que intenta reproducir.”

“La poesía, escribe el disertante, sólo puede superar la realidad embelleciendo los acontecimientos con la adicción de acciones espectaculares y trasmutando de modo semejante el carácter de los personajes a que se refieren los eventos”.

Y a continuación, Chernishevski dedica toda su energía a estigmatizar la concepción del “arte por el arte”. El arte debe tener, en realidad, en sentido primario, una función didáctica. Debe enseñar a los seres humanos a vivir humanamente. La función del arte es la de educar al pueblo.

Si los seres humanos no saben vivir humanamente, el arte debe hacerles ver cómo es que se debe vivir, y para lograr esta finalidad, aconseja a los artistas, “pintad retratos de hombres ejemplares y escenas de una sociedad bien organizada y humanizada”.

¿Cómo se debe entregar y administrar el arte al pueblo? Chernishevski lo ejemplifica mediante la elaboración de un paradigma que tiene mucho de la atmósfera intelectual de la Ilustración.

Toma una enciclopedia y examina las voces incluídas en razón de su extensión y de la relevancia de la información para las masas, y toma en cuenta, además, su valor educativo para aquellas.

Así, juzga demasiado extensos artículos que tratan de temas irrelevantes como: Laberinto, lauro, Laclos (Ninón de), mientras artículos que deberían tener, a su juicio, un mayor desarrollo por mostrar mayor relevancia social, económica o moral, son demasiado breves, tales como: laboratorio, Lafayette, Lessing, lino.

La insignificancia social del “arte por el arte”, nuestro teórico cree encontrarla -y desde allí la ataca con violencia acusatoria- en los objetos decorativos y de lujo “que revelan dramáticamente la inmoralidad de las clases ricas”, mientras el pobre apenas puede alimentarse. Y en ese momento, al extraer una conclusión sobre los objetos decorativos e inútiles que elabora el arte lujoso, señala que “la fuerza de este arte consiste en rendirse a los lugares comunes y a la vanidad”.

Para nuestro pensador, a la crítica lo que verdaderamente le debe interesar es la concepción que el artista plasma, sugiere o expresa en la obra de arte.

Sin embargo, en este punto el pensamiento de Chernishevski cae en contradicción. Es un filósofo que cree y defiende que el universo está constituido por una sola sustancia, la materia, que se expresa también como energía o fuerza; defiende, por tanto, “el monismo”, que estima como la cifra de la verdad de la naturaleza. Sin embargo, cuando pasa a considerar el sentido del arte, su pensamiento responde con un esquema dualista.

Regresa, de tal modo, al redil hegeliano troquelado por un marco conceptual de origen idealista que se desglosa en el conocido cuadro de forma y contenido.

Chernisheski, por un lado, ve e interpreta la obra de arte a través del esquema de forma y contenido. Pero, además, da un paso que resulta injustificable desde su esquema de pensamiento, pues postula que el criterio de selección entre estos dos elementos se encuentra según lo que conviene a la declinación de su pensamiento específico, a su índole personal. En este sentido, el pensador sostiene la primacía del contenido frente a la forma.

Este tipo de elección -el valorar el contenido como el elemento determinante de la obra, es decir, que este es más importante que la forma-, se fundamenta en una decisión o lectura moral o social de la obra de arte, que es evidentemente, extra artística, y no está basada en razones puramente estéticas, esto le obstruye toda posibilidad de transitar por un camino inmanente al arte mismo. De esta manera se le oscurece la comprensión del fenómeno estético considerado desde sí mismo, y se descarta toda posible comprensión del proceso de innovación formal en las artes. Chernishevski no llega a percibir que en el arte la forma es el contenido.

Como el contenido debe ser de comprensión universal, esto es, comprensible inmediatamente para cualquier ser humano medio, los temas a tratar en las obras de arte se van a reducir a una muy reducida serie de motivos, argumentos y contenidos aceptables o deseables, tanto ética como socialmente. Este tipo de arte por ser muy limitado ante el posible valor del contenido, pronto se transforma en pura propaganda de los contenidos ideológicos del nuevo sistema social que se instaura y que sólo se considera legítimo.

Es, generalmente, por asumir esta actitud ante la creatividad, que el hombre de ideas radicales, dotado de una actitud innovadora y revolucionaria le llega el momento, cuando asume la dirección del estado o durante el mismo curso de las luchas revolucionarias, en que no desea que los valores implantados por su transformación de la sociedad puedan o tengan que ser sometidos a examen o a revisión de algún tipo.

En ese momento la revolución liberadora se transforma en otro sistema de opresión del hombre por el hombre, semejante al que se combatía.

© Luis O. Brea Franco - Crónicas del ser

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