martes, 1 de junio de 2010
II.- Vladimir Nabókov, la novela “La dádiva” y la figura de Chernishevski
II. En una carta escrita para responder a la notificación del editor de la revista “Anales contemporáneos” –“Sovremenye Zapiski”- de que no publicaría el capítulo IV -que contenía la biografía de Chernishevski- Nabókov señalaba: “Creo que la reacción de la sociedad a una obra literaria sólo puede ser considerada válida si resulta como una consecuencia de su función artística y no de un juicio apriorístico. No pienso defender mi “Chernishevski”; está, en mi opinión última, en un plano en el cual no necesita defensa. Sencillamente subrayo para conocimiento de tus codirectores, que como luchador de la libertad, Chernishevski en modo alguno se ve minimizado, y ello no se debe a que haya actuado conscientemente, sino, indudablemente, porque había más justicia en un bando y más maldad en el otro. (…) Finalmente, me permitirás que llame tu atención sobre la curiosa situación en que he caído: no puedo publicar mi “Chernishevski” en ninguna editorial soviética, ni en ninguna editorial de derechas, y tampoco en la vuestra”.
Después de la muerte de Chernishevski, y en particular durante el régimen soviético sólo se admitía hablar de su persona y su obra en un tono hagiográfico.
Por ejemplo, en la “Historia de la literatura rusa”, edición de la Academia de Ciencias de la URSS, en 1956, tomo VIII, se puede leer bajo el nombre del pensador: “… y su nombre ha entrado en la historia, sobre todo como uno de los más grandes revolucionarios. Toda su poliédrica actividad de militante político, de publicista, de teórico del arte y de la literatura, de historiador de la literatura y crítico de arte, estuvo condicionada a un único objetivo –el objetivo de la transformación revolucionaria de la sociedad-. (…) Todavía cuando realizaba sus estudios, ya él había adquirido una gran parte del vasto conocimiento con que deslumbraría posteriormente a sus contemporáneos. (…) El joven Chernishevski observaba su circunstancia, y rápidamente comenzó a distinguir la verdad de la mentira, el bien del mal. (…) Chernishevski renuncia a la vida eclesiástica, pues soñaba servir a la ciencia rusa. (…) Ha sido un hombre que ha estudiado mucho y, aún más, ha pensado sobre asuntos muy serios. (…) La intrépida voz del eminente revolucionario democrático, del filósofo materialista y socialista, al publicar la novela “¿Qué hacer?”, de nuevo se escuchó en toda Rusia y llamó a los jóvenes y a todos los progresistas a luchar en el nombre del luminoso futuro socialista…”.
Pero, creo, se podría preguntar el lector, cómo y por qué viene a cuento, en la novela de Nabókov, la figura de Chernishevski.
Nabókov, tal como le caracterizaba su accionar en su obra creativa, en la novela “La dádiva” relata la historia de un joven escritor ruso emigrado que vive en Berlín, en los años veinte. Es decir, el protagonista de la novela actúa y vive en una aparente sincronía con el autor, y tiene, además, sus mismos intereses: la literatura y los lepidópteros.
Sin embargo, el escritor advierte expresamente al lector, que en este caso “no se debe identificar el diseñador con el diseño. No soy, ni he sido nunca, Fiodor Godunov-Cherdinchev”.
Nabókov, además, confiesa que la actitud del protagonista “en referencia a Alemania refleja una actitud muy convencional, ruda, vulgar, marcada por el desprecio irracional, que derivaba de la actitud común y corriente de los rusos cosmopolitas hacía los alemanes y que la emigración rusa, también, exhibe hacía los indígenas. Su interés particular como escritor era rescatar “la odisea de una tribu mítica de la cual yo vengo rescatando del polvo del desierto, los jeroglíficos en forma de luna y de pájaros”.
“En aquel momento -continúa el escritor- la emigración rusa en Alemania, gracias a la propaganda comunista, sólo era vista como una recua de generales degenerados, damas fáciles y magnates del petróleo. Los grandes intelectuales que emigraron desaparecieron con el tiempo y no han sido sustituido por otros de la misma grandeza”.
“Esta -señala todavía Nabókov en el prefacio a la edición inglesa de la novela- es la última novela que he escrito en lengua rusa, y ya no volveré a escribir más en esa lengua. La verdadera protagonista no es Zina, sino la literatura rusa”.
El interés del protagonista de la obra por escribir un libro sobre Chernishevski aparece en el capítulo III. El joven escritor Fiodor Godunov-Cherdinchev, confiesa, casi a manera de juego, en una reunión con otros escritores que ha decidido escribir un libro sobre el pensador ruso.
Días después toma en sus manos un ejemplar del diario juvenil del filósofo y se encuentra con un escritor bastante extraño: “dotado de un estilo pomposamente circunstanciado, que utiliza adverbios quejumbrosos, que tiene la pasión por el punto y coma, y presenta un improvisada tendencia a empantanarse con el pensamiento en medio de una frase, (…), el eco pedante y pesado de las palabras, el tortuoso avanzar en el sentido del minucioso comentario de las más insignificantes acciones”.
Esta lectura lo llevó a comprender que Chernishevski era una persona muy torpe en su trato con el mundo: “actuaba con las cosas como si tuviera las manos amarradas o como si ambos miembros fuesen en él, manos izquierdas”.
La idea de un intelectual de tonos tan opacos y graves -aunque hubiese sido un hombre verdaderamente honesto y pobre- dotado de semejante estilo verbal e intelectual, que hubiese podido, de un modo u otro, condicionar los destinos literarios de Rusia, “lo golpeó y lo divirtió”.
El protagonista, a continuación, describe el tipo de obra que desea escribir. “Se me presenta la obra con una extraordinaria claridad de tonos y contornos”. “Quiero ponerlo todo al borde de la parodia. Debo tocar, por otro lado, un abismo de seriedad, por ello avanzaré por la estrechísima franja que separa mi verdad, de su caricatura. Pero lo esencial será que mantenga una única y ininterrumpida progresión de pensamiento”.
En la prosa de Chernishevski, Fiodor Godunov-Cherdinchev encuentra el origen de la extraña prosa rusa de Lenin. En ambos autores, el escritor denuncia los múltiples crímenes que se cometen contra la lengua rusa, donde aparecen “los rostros monstruosos como caricaturas, los caracteres como sombras chinas y los acontecimientos como imposibles y absurdos”.
Descubre el protagonista, mientras más lee de la época de los años sesenta del siglo XIX, que “los nombres mismos de los personajes en su caricatural asonancia revelaban una especie de pecado contra el pensamiento, como una tomadura de pelo del pensamiento… Mientras que, por otra parte, comprendía que no obstante todas sus cómicas y tremendas salidas plenas de ridiculez y extravagancia, los radicales intransigentes de la raza de Chernishevski habían sido, a pesar de cómo se los pudiera interpretar, verdaderos héroes en la lucha por dictar una norma al estado autocrático (que era aún más pernicioso y vulgar de sus ideas sobre la crítica literaria)”.
El capítulo que comento se cierra con el juicio negativo del editor que rechaza publicar el libro de Fiodor Godunov-Cherdinchev sobre Chernishevski, como le ocurriría más adelante al propio Nabókov con el capítulo de su novela, que trata, igualmente, sobre la obra y la personalidad del pensador radical de los años sesenta del siglo XIX.
El editor, en la novela, rechaza el libro, al explicarle al protagonista que “existen tradiciones de la intelligentsia rusa sobre las cuales un escritor honesto no puede permitirse el lujo de jugar. Que tenga usted o no talento, a mi me luce totalmente indiferente; sólo se que escribir un libelo difamatorio contra un hombre de cuyas obras y sufrimientos personales se han nutrido millones de rusos es algo indigno de cualquier talento. Se que usted no escuchará mis palabras, y sin embargo, le suplico como amigo: No trate de publicar este libro si no quiere arruinar su carrera literaria…”.
© Luis O. Brea Franco - Crónicas del ser
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